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La masacre de Jonestown: El macabro líder de una secta que gestó el asesinato de más de 900 personas

  • Por Matías González Olguín

Un 18 de noviembre de 1978, desde miles de kilómetros de altura, Jonestown parece un campo florido de distintos colores. Si nos acercamos, esa imagen floral se convierte en una de las más terroríficas que ha presenciado la humanidad.

Más de 900 cadáveres cubrían esa porción de terreno de Guyana, un país sudamericano que vio cómo hombres, mujeres y niños creían en la ilusión de una brutal secta, liderada por James Warren Jones.

Del total de fallecidos, la mayoría encontró la muerte tras beber un artesanal brebaje denominado "Flavor Aid", el que había sido intervenido con cianuro y guardado en un tonel de hierro. Los que se negaron a beberlo, la armas de los guardias de seguridad de la secta los reunieron con la eternidad. 

Este trágico suicidio masivo —para algunos se trató de una masacre— ha sido llevado al cine en varias oportunidades. Pronto serán estrenadas otras aristas del caso: en una, el protagonista será Leonardo DiCaprio; mientras que en la otra, será el actor Joseph Gordon-Levitt.

Así se gestó la masacre de Jonestown

Capítulo I: Nace un pastor delirante y su "Templo del Pueblo"

Todo relato tiene un inicio. La masacre de Jonestown comenzó a gestarse el 13 de mayo de 1931, cuando dos campesinos de Indiana (Estados Unidos) se convirtieron en padres de James Warren Jones.

Su infancia se perdió en la historia, no existen registros de sus primeros años de vida. Lo que sí hay son experiencias de su juventud, cuya etapa la vivió apegado a la religión. En sus tiempos libres solía visitar iglesias, participar en los coros y disfrutar de la música góspel. Se entregó al mensaje que profesaban pastores y predicadores, los que influyeron en su concepción de vida.  

James Warren Jones y sus característicos lentes de sol.
James Warren Jones y sus característicos lentes de sol.

 

La década de 1950 fue un periodo bisagra. Al terminar la universidad contrajo matrimonio con la enfermera Madeleine Baldwin y se desempeñó como auxiliar en una iglesia metodista, donde luego se convirtió en pastor.

Consciente de su poderosa labia, en 1955 fundó el "Templo de Pueblo", una congregación religiosa que tenía a su familia entre sus primeros adeptos. Al principio, la agrupación se mostró contraria al racismo, apoyó la promoción de los derechos civiles de los afroamericanos, entre otras acciones.

Todo iba bien, hasta que otras iglesias cristianas le enrostraron su pasado. Resulta que Jones, durante su adolescencia, formó parte del Partido Comunista, que no tiene ningún tipo de acercamiento con la fe cristiana. Entonces, a estas congregaciones les molestó que profesara la religión siendo comunista. 

Sin antes repudiar a sus críticos y a la propia biblia, junto con manifestar que era "una divinidad no menor a Jesucristo", huyó con su mujer y sus siete hijos —seis de ellos adoptados— a San Francisco, California.

Capítulo II: Una secta en Guyana

Las polémicas que protagonizó Jim no hicieron más que atraer a nuevos creyentes: a mitad de la década de los '70 ya tenía más de seis mil seguidores. Sus discursos antirracistas surtieron efecto, porque la mitad de sus fanáticos eran afroamericanos.

Jones ya era una figura pública y sus apariciones en los medios siempre fueron por denuncias en su contra. Casos de supuesta explotación laboral y amenazas de muerte en contra de quienes intentaban alejarse de su "Templo del Pueblo" ocuparon las portadas de los principales medios de la época.

Sus aspiraciones crecieron a medida que los miembros de la congregación sumaban aportes millonarios. De pronto, San Francisco le quedó chico y Estados Unidos ya era una tierra conquistada por otras religiones. James quería nuevos "corderos" para su doctrina y en Guyana encontró un rebaño.

Jones y su séquito viajaron más de siete mil kilómetros hasta llegar a la selva del país sudamericano, vecino de Brasil y Venezuela. Su desembarco en esas tierras fue fácil: el gobierno de aquel entonces era socialista y no puso mayores trabas para que el líder sectario comprara 140 hectáreas y rebautizara dicho terreno como Jonestown.

A los 900 fieles que lo siguieron hasta la nueva comunidad los convencía diariamente. Su secreto era mencionar la existencia de un supuesto enemigo, del cual él los iba a salvar.

"Nos amenaza el fin del mundo, el apocalipsis y el anticristo, encarnado en el capitalismo. Nuestro Templo de Dios y nuestra causa aún están en peligro de muerte. Debemos prepararnos para el último sacrificio", dijo en uno de sus tantos discursos.

La mayoría de los fieles de Jones eran afroamericanos, logrando mimetizarse con la población de Guyana.
La mayoría de los fieles de Jones eran afroamericanos, logrando mimetizarse con la población de Guyana.

 

El sol azotaba las cabezas de niños, jóvenes y adultos mientras eran obligados a levantar la ciudad de Jonestown mediante la construcción de casas, siembras y cultivos, entre otros. El mensaje del pastor no paraba de reproducirse en sus conciencias.

"Sobreviviremos a la guerra nuclear y a los cerdos capitalistas. Jonestown es un paraíso del socialismo con equidad económica y racial", afirmó el predicador.

Los que no trabajaban, desobedecían las órdenes del líder o intentaban escapar del supuesto Edén guyanés eran detenidos y torturados por los guardias. La brutalidad de los castigos funcionaban para generar lealtad hacia el desquiciado, tan así que este sentimiento eran infinito en algunos fieles.

Capítulo III: Las "noches blancas" de Jonestown

Para poner a prueba la fidelidad de sus seguidores, el perturbado Jim instauró las "noches blancas" en su comunidad. Estas consistían en simulacros de suicidios masivos tras beber falsas pociones de veneno, algo que muchos hicieron por iniciativa propia o fueron obligados a someterse.

Según cuenta la historia, el sujeto impulsó esta crueldad porque se sintió amenazado ante la concreción de cuatro amenazas que incluyó en sus intervenciones públicas:

  • "Huir a la Unión Soviética".
  • "Un suicidio revolucionario".
  • "Escapar y refugiarnos en la selva".
  • "O quedarnos aquí para luchar contra los invasores".  

Nunca lo aclaró, pero su conciencia sabía que esos "invasores" podían ser los mismos seguidores de su templo, quienes cansados de los abusos y las torturas se rebelarían contra su dictador.

Otro miedo que sentía Jim era una eventual invasión de los Estados Unidos en Guyana, dado que en plena Guerra Fría estaba monitoreando el avance comunista por alrededor del mundo.

La primera jugada de Norteamérica fue el 10 de noviembre de 1978, cuando desembarcó al congresista estadounidense Leo Ryan y distintos periodistas a tierras guyanesas. A pesar de que tenía serias dudas y que pensó en asesinarlos, Jones los recibió con sospechosa cordialidad.

A los pocos días, el pastor se aburrió de sus invitados de honor y los mandó a matar. El crimen ocurrió luego de que el parlamentario invitase a escapar en su avión a todos los habitantes que quisieran escapar. El asesinato fue el 17 de noviembre, un día antes de la brutal tragedia.

Capítulo IV: La agonía de la masacre

En cualquier minuto, Estados Unidos iba a reaccionar a la muerte de Ryan y de los comunicadores. Eso volvió loco al enfermizo profeta, desatando toda su desesperación en contra de su pueblo.

"¡Por el amor de Dios, llegó el momento de terminar con esto! Logramos todo lo que quisimos de este mundo. Tuvimos una buena vida y fuimos amados. ¡Acabemos con esto ya! ¡Acabemos con esta agonía!", gritó enloquecido.

Su equipo se desplegó: comenzaron a repartir botellas de "Flavor Aid", un jugo de uva mezclado con cianuro. Las "noches blancas" ya no eran un simulacro, sino una realidad.

Los gritos fueron ensordecedores, los niños pedían auxilio a sus padres que poco podían hacer mientras resistían el dolor. Uno a uno fueron cayendo al suelo con sus vestimentas coloridas, recreando un campo floral que era regado por el líquido que salía de las bocas de sus "flores humanas".

En total, más de 900 personas participaron en el masivo asesinato. El pastor vio cómo su templo se desvanecía y no fue víctima de su mortal brebaje, pero selló su entrada al infierno disparándose en la cabeza.

Capítulo V: "Soy una sobreviviente"

Laura Johnston Kohl fue una ferviente activista que se rindió ante los mensajes de James Warren Jones, pero que logró zafar de la cruel masacre.

Se unió al "Templo del Pueblo" a los pocos años de su fundación, conquistada por el carismático pastor que ocultaba sus verdaderas intenciones: "Era la comunidad que yo estaba buscando. Buscaba igualdad y justicia, y había gente de todos los orígenes y razas", contó en una entrevista con la BBC.

"En 1974, Jim dijo que quería que encontráramos un lugar lejos de todas las drogas y alcohol en Estados Unidos. Encontramos Guyana, en Sudamérica, que era el país perfecto para movernos. Era un país precioso con áreas remotas que podíamos poblar", agregó.

 

La licencia de conducir en Guyana de Laura Johnston Kohl.
La licencia de conducir en Guyana de Laura Johnston Kohl.

 

Laura viajó feliz a su nuevo destino, donde pudo implementar el estilo de vida que buscaba. No obstante, con los meses cayó en una profunda decepción: "El estado mental de Jim Jones se estaba deteriorando y el experimento de Jonestown comenzaba a fallar".

De acuerdo a su vivencia, la ciudadela creada por el profeta "no estaba preparada para tanta gente, no éramos autosuficientes. Así que Jim Jones sentía la presión, su adicción a las drogas y sus trastornos de personalidad empeoraron".

Tras el asesinato del congresista Ryan, la sobreviviente recordó que James obligó a su congregación a beber el jugo mortal, bajo la amenaza de que los militares de Guyana iban a invadir Jonestown para secuestrar a los niños.

Laura no bebió el líquido porque se encontraba en una ciudad vecina de Jonestown. De haber estado, la cifra total de fallecidos habría aumentado a 919 personas.

Al llegar a la sede central del "Templo del Pueblo", la mujer y sus acompañantes se horrorizaron: "Estábamos todos devastados. Era un desastre, muchos de nosotros estábamos inconsolables".

"Varias personas fueron para tratar de identificar a algunos de los cuerpos. No hay realmente una manera de saber exactamente cómo murió cada quien", confidenció.

La masacre de Jonestown es recordada como uno de los peores crímenes de la humanidad durante las últimas décadas del siglo XX, al ocupar el triste registro del mayor número de muertes intencionales de civiles.

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