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Columna de Mauricio Morales: El último y nos vamos

Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.

El “en contra” sigue siendo la opción ampliamente mayoritaria de los chilenos de cara al plebiscito del 17 de diciembre, registrando un 54% según la reciente encuesta CADEM. La elite se esfuerza por lograr los consensos que permitan la tan mencionada “transversalidad”. Es decir, que todos los partidos estén de acuerdo con el texto y que este sea ratificado por el pleno del Consejo Constitucional por una cifra sustancialmente mayor al mínimo exigido de los tres quintos. Pensando erróneamente que esa “transversalidad” es condición suficiente para mejorar en las encuestas, la elite no ha reparado en algo elemental: la predisposición de los ciudadanos.

Con una soberbia incomprensible, los dirigentes se reúnen en jornadas maratónicas para tratar de dar vuelta el marcador sobre la base de negociaciones que generan escaso interés en los votantes. Parece que no han revisado las encuestas.

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Según CADEM, las normas centrales del texto constitucional reciben un amplio respaldo ciudadano, destacando la reducción en el número de legisladores, la mano dura contra la migración ilegal, la protección de la vida de quien está por nacer, la libertad de elección en salud, pensiones y educación, entre otras. ¿Dónde está el problema, entonces?

Si nos guiamos por los resultados de las encuestas, el conflicto para los ciudadanos no está en los contenidos. Ese es un asunto de la elite. Por tanto, esa elite puede seguir desgastándose en negociaciones que a los ojos de los votantes son totalmente inútiles, profundizando la desafección con el proceso y abundando en el hartazgo constitucional. Basta señalar un dato clave.

Según la última encuesta de la UDD, la opción “a favor” en los segmentos más pobres es del 8%. ¿Qué les preocupa a esos electores? Varias cosas. Primero, la seguridad pública. Segundo, la crisis económica. Tercero, el desempleo, cuyas cifras siguen siendo desalentadoras. Además, los votantes sienten que como país hemos perdido cuatro años en un proceso que- se suponía- vendría a resolver parte de los problemas de los chilenos, pero que se ha caracterizado por traer más dificultades que soluciones.

La pregunta, entonces, es cómo lo hará la elite para salir a pedir el voto de los ciudadanos en un ambiente económico desfavorable, con un gobierno desprestigiado por los escándalos de corrupción, una derecha que parece estar en permanente guerra civil, y por una discusión programática que se ve lejana, desgastante y poco atractiva.

 

Si esto se quiere dar vuelta, hay que salir a hacer campaña con dos mensajes centrales. Primero, pedir perdón a los chilenos por haber entrado en un proceso constitucional que generó expectativas, pero que solo cosechó desilusiones y fracasos. Segundo, prometer que si se aprueba esta nueva Constitución, el tema se cierra para siempre.

Es cierto que las probabilidades de aprobar el texto aumentan con la denominada “transversalidad” y con estos dos componentes casi emocionales que acabo de señalar. Sin embargo, la situación sigue siendo muy desfavorable. En lo personal, es conocida mi posición contraria a este proceso constitucional desde el 15 de noviembre de 2019. Fue en ese contexto en que renuncié a mi militancia en la DC luego de 25 años. Mi decisión no se basó en un juicio ideológico, sino que académico.

Estos procesos constitucionales han sido la receta del fracaso en América Latina, y Chile no tendría por qué ser la excepción. Digo todo esto para transparentar mi postura de desesperanza sobre todo lo que ha ocurrido desde ese triste 18 de octubre de 2019. Y esta sensación, muy probablemente, sea compartida por un amplio volumen de chilenos que, en principio, se encantaron con el cambio constitucional y que ahora se dan cuenta de que todo lo que se prometió, no se cumplió. Para mí, era un resultado esperable. Para la mayoría, en cambio, todo esto ha sido un engaño.

Por tanto, si la elite quiere aprobar el nuevo texto, que pida perdón por ese engaño y que prometa algo simple: el último y nos vamos. Es decir, que el proceso constitucional se cierra para siempre, asumiendo el dolor, los costos, y la división que trajo consigo.

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