Avatar: Fuego y Cenizas: el espectáculo total que desafía su propio impacto cultural
- Por Esteban Beaumont
Hablar de Avatar es hablar de la historia del cine moderno. Es historia del cine no solo por colar sus dos entregas entre las películas más taquilleras de todos los tiempos, sino también por ser una revolución digital y por modificar la forma de proyectar en las salas. Pese a su larga lista de hitos, la gente no se disfraza de na’vi, no hay memes, no hay funkos, no hay frases en el recuerdo ni clips viralizados en redes sociales. Pareciera que el impacto de la historia que más dinero ha generado no coincide con su huella en la cultura pop.
Avatar: Fuego y Cenizas es la tercera entrega de la saga y presenta un desafío inaudito: no solo convertirse en el fenómeno cinematográfico más productivo del año, sino también lograr romper la membrana cultural y posicionarse en la mente de los espectadores casuales, tal como lo han hecho Matrix, El Señor de los Anillos, Marvel u otras grandes franquicias del siglo.
Continuación directa de Avatar: El Sentido del Agua, James Cameron redobla la apuesta en un calco mucho más brutal, gigantesco y espectacular. Fuego y Cenizas es un evento magnánimo, y Cameron lo construye como tal: el culmen de una carrera centrada en la búsqueda de lo humano en medio de un mundo tecnológico cada vez más endurecido e insensible. Sarah Connor enfrentando al T-800, los violinistas pereciendo en el Titanic, la humanidad destruyendo Pandora.
En los últimos años, James Cameron se ha dedicado en cuerpo y alma a la construcción de Pandora. La preocupación por la proeza tecnológica terminó por levantar dos historias simples. No malas: simples. Avatar (2009) replica la narrativa “pocahontiana” en un Danza con lobos espacial. La segunda entrega propone nuevas rutas narrativas y alcanza peñascos de épica prosística (el nado con las ballenas vive en mi cerebro sin pagar gastos comunes).
Pero es en Fuego y Cenizas donde James Cameron vuelve a mostrar su mejor versión. Es una película valiente —para los parámetros Disney, no nos vayamos más arriba—, brutal, cargada de acción y con una narrativa aventuresca clásica. La experiencia más completa de la trilogía. Una mezcla de imágenes imposibles que no existen. Una proeza técnica que, aunque pueda encontrar detractores, sí ayuda a la creación de un mundo fascinante que, difícilmente, deja indiferente.
Fuego y Cenizas es una buena película porque tiene buenos villanos. Stephen Lang y Oona Chaplin son lo mejor del relato, construyendo una relación rica en maldad. Por momentos se genera cierta incomodidad entre los personajes, pero es una incomodidad orgánica, parte vital de esta experiencia mega inmersiva, mega realista y mega tecnológica. En una trilogía caracterizada por lo emotivo desde una lógica medioambiental, Fuego y Cenizas logra momentos realmente emocionales a través de sus personajes. La narrativa paternal entre Jake, Quaritch y Spider es de lo mejor del año.
Eso sí: dura más de tres horas, y se sienten. Es una película extensa, repleta de momentos contemplativos. El mensaje medioambiental y religioso se vuelve por instantes cansino, agotador. Entiendo que James Cameron quiera dar cuenta de su espectacular y depurado trabajo de posproducción, pero la película funciona mejor cuando la acción se toma la pantalla y no cuando nos sentamos únicamente a admirar Pandora.
Fuego y Cenizas funciona, en estructura y clímax, como un remake de El Sentido del Agua. Pero es un remake más grande, más impactante y mejor producido. Todo se intensifica: la acción, el drama, la tensión, la narrativa de la lucha entre especies y el enfrentamiento entre el bien y el mal.
Ahora bien, ¿importa realmente el impacto cultural? No recuerdo el nombre del protagonista de Apocalypse Now, y eso no le quita mérito a una de las grandes producciones bélicas de la historia. El cine es algo más que un meme, un gif divertido o la capacidad de recitar de memoria todas las especies que habitan un planeta ficticio. Muchas veces no perdura en la memoria por los detalles, sino por los sentimientos, por las experiencias. La idea de que algo ocurra en nuestro interior, en la sala de cine… Eso Avatar: Fuego y Cenizas lo hace muy bien.
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