Logo Mega

Este aviso se cerrará en segundos

Frankenstein de Del Toro: ¿Obra de arte o desastre sobrevalorado?

Para algunos, una obra de arte. Para otros, un desastre sin sentido. Frankenstein de Guillermo del Toro ha despertado un acalorado debate en torno a la nueva adaptación del clásico de terror. Estrenada directamente en Netflix, la versión del mexicano de la obra cumbre de la ciencia ficción crea disidencias como si en el laboratorio de Víctor estuviéramos. En el constante bipartidismo del blanco o negro, bueno o malo, sobrevalorado o infravalorado, vale la pena pararnos a conversar las obras, a desmembrarlas, a darles carácter y nutrirlas de visiones. Como el monstruo, construimos el gusto y la apreciación de distintos vestigios.

Dirigida por Guillermo del Toro, Frankenstein cuenta nuevamente la historia creada por Mary Shelley. Un científico (Oscar Isaac) juega a ser Dios y crea una criatura (Jacob Elordi) que, al ser abandonada, tiene que aprender a regirse bajo las normas morales jamás enseñadas. El debate de la crianza, el abandono, la ciencia contra el progreso y la humanidad se amontonan en una de las obras más influyentes de la historia.

Visualmente arrolladora, Del Toro construye un sinfín de postales góticas y aplastantes. La decisión de contar la parte del barco encallado en la nieve (extracto obviado en varias adaptaciones y clave en la novela) robustece la estética arrolladora de la película. El primer error es que no haya pasado por los cines, al menos en este lado del mundo. Pero es entendible: Netflix (al igual que Apple) le está dando carta blanca a directores para hacer aquellos proyectos que otros estudios no quieren financiar (El asesino de Fincher, Asesinos de la luna de las flores de Scorsese).

Del Toro carga su fuerza emocional en el dilema paternal de Frankenstein. Víctor abandona a la criatura, se desentiende de su creación. El juego de ser Dios, pero sin la responsabilidad de guiar un plan divino, abrazando el libre albedrío de una criatura que jamás tuvo una tutoría. La bestia de Frankenstein es una bestia sumamente desolada, que recibe cariño, a cuentagotas, de Elizabeth (Mia Goth) y del anciano ciego (David Bradley).

Hay un traspaso de los pecados paternos, vistos en el trato que tiene el padre de Víctor (Charles Dance), que se replicará posteriormente a Víctor con la bestia. Y creo que hay una frescura en esa dinámica. El camino del perdón, del desecho, del estar solo. La inocencia de la criatura está fuertemente vinculada a la naturaleza, malvada muchas veces, humana. La contaminación de lo carnal y lo lascivo es proyectada a medida que la criatura comienza a convivir con el hombre. El cazador no odia al lobo, el lobo no odia a las ovejas, pero la violencia entre ellos es inevitable.

Del Toro no es fiel al libro, no tiene por qué serlo. La crítica que más he leído tiene que ver con ello. Pero solicitar un copy/paste de la obra de Shelley es un acto de egoísmo insufrible. Frankenstein o el moderno Prometeo es una de las novelas más ricas de la historia. Junto con Drácula son los pilares del terror moderno (no es sorpresa que Nosferatu también tenga una relectura este año). Negar el tocar fibras distintas es negar la riqueza de la obra. Terminada la película fui a mi biblioteca y el libro estaba ahí. Tal cual ha estado siempre.

Hay una visión de la película, muy comentada, en torno a la arista romántica de la obra. Repitiendo el prisma que tuvo Francis Ford Coppola en su Drácula (exagerar los elementos románticos de la novela), Del Toro tira mucho, no solo al amor, sino al debate filosófico. Si bien creo que la puntualización del romanticismo no es tan burda como comentan muchos (la relación entre Elizabeth y la criatura la interpreto más desde el lado maternal), sí es cierto que en el afán de filosofar el guion no está bien depurado.

Sí creo que hay un apartado del cual Del Toro se desprende totalmente. Uno de los grandes apartados de la obra es la ambivalencia de la criatura. Es una bestia, un monstruo, un asesino. Sí, mata a la niña en la laguna (la mejor escena de la película de 1931), pero lo hace en una especie de juego, un juego que jamás tuvo reglas para él. Está bien decirle Frankenstein al monstruo, ya que es el apellido que jamás se le quiso dar, aquel apellido que Víctor le arrebató cuando lo abandonó. El paralelismo con El chacal de Nahueltoro (película cumbre del cine chileno) es innegable. ¿Existe perdón por los crímenes involuntarios? Creo que esa lectura, en este juego de los pecados paternos heredados, habría acrecentado el nudo dramático.

Más allá de que nos guste más o menos, Guillermo del Toro hace algo importante en su Frankenstein y es hacer que hablemos de una película. En la época de lo mega desechable, del visionado rápido para rasgar interacciones, olvidar lo visto y consumir otro producto mega desechable, que nos paremos a analizar una obra es clave. Frankenstein, a más de 200 años de su creación, sigue haciéndonos pensar.