Logo Mega

Este aviso se cerrará en segundos

Comentario de Cine: "El Conde"

Un estreno esperado. Por la temática. Por estar bajo el alero de uno de los directores chilenos más reconocidos de la actualidad. Por la fecha de estreno, a días de la conmemoración de los 50 años. Por lo avalada que fue en Venecia. Para quienes gusten y quienes no, llegó a Netflix y a cines El Conde, la nueva película de Pablo Larraín.

Primero, me parece sublime la idea de convertir a Augusto Pinochet en vampiro. Chile ha sido muy pobre a la hora de abordar su historia desde el fantástico y la ficción, sobre todo lo que implica el Golpe de Estado. Y para la gente, teniendo una percepción de que todo el cine chileno trata del 73 (percepción errónea, pero percepción a fin de cuentas), este tipo de enfoques a la historia chilena podría significar un refresco al consumo del cine histórico.

Es sano regresar sobre nuestros pasos y más interesante es reconstruir nuestros hechos importantes desde la ficción. Inmacular la historia y darle solo un tono serio, realista y solemne lo único que hace es desgastarlo. Muchas protestas iban a la idea de “limpiar” la imagen de Pinochet, pero nada más alejado de eso. El vampiro es un ser detestable y desgraciado. Maldad pura que se alimenta de la vitalidad ajena.

Pablo Larraín es sumamente valiente en adaptar la figura de Pinochet desde el terror expresionista alemán y gótico. Los detalles del decorado y la estética general, como la decisión de grabar en un lugar apartado y en blanco y negro.

Ahora, la película. Pablo Larraín vuelve a trabajar de manera fascinante un biopic. Ya lo había hecho con Neruda, con Jackie y con Spencer. Ninguna es una película biográfica tradicional, sino que es una abstracción media etérea de realidad y pensamientos/sentimientos llevados a la pantalla. En algunos casos lo logra de manera fascinante y en otras ocasiones se le escapa un poco de la mano.

Mientras El Club lograba reflejar una especie de claustrofobia y pesar, en Jackie la película no logra agarrar un ritmo y se arrastra pesadamente hacia su final. Creo que a Larraín le cuesta traspasar sus ideas a la pantalla, lo que termina produciendo que grandes primicias se queden a medio camino.

Es el caso de El Conde, que me parece una idea tan sublime y está ejecutada de manera tan irregular. Una historia que tiene a Pinochet sobrevolando Santiago, comiéndose los corazones de la gente. Que tiene la traición de sus hijos y tiene un tono que conjuga el humor y el terror de manera eminente. Pero también es una película que no logra un final tan impactante como el planeado.

Es en el humor negro y sordido, que se combina muy bien con el terror vampírico, que por momentos es muy gore. Esa combinación construye un Conde muy diabólico y muy genial, que suelta reales carcajadas de humor negro. Es entonces, en la construcción de personajes donde la película se eleva como conde sediento de cuellos. Principalmente Lucía y Augusto, que arman una relación muy sexy (vaya que hay vampiros, el monstruo más seductor de todos). El personaje de Alfredo Castro que es una especie de Reindfeld mayordomo de Pinochet y el de Paula Luchinsger que sería la Van Hellsing de este mundo.

Y decía que el final no logra ser tan impactante (sin ser malo) porque al inicio del tercer acto hay una serie de revelaciones tan bien pensadas y tan bien ejecutadas, que quedan en nada, que hay un cambio de ritmo destructivo. Tanta preparación de un apetitoso asado para no comer nada.

Independientemente de malas ejecuciones o ideas, El Conde es una película muy refrescante a un casi vacío panteón terrorífico del cine chileno. Y la idea de abordar el terror, desde una mirada fantástica y desde la época de la dictadura es acercarnos a nuestros miedos. Y de esa forma ayudar a convivir con ellos. El cine no solo es sanador para el espectador, el cine puede serlo con un país. No lo hará Pablo Larraín con El Conde, pero es un paso.

Leer más de