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Columna de Mauricio Morales: "Boric, el restaurador"

Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.

Las promesas de cambios estructurales y de convertir a Chile en la tumba del neoliberalismo pasaron a mejor vida. El gobierno del Presidente Boric ha consolidado el modelo de desarrollo, partiendo por una Constitución que goza de buena salud y que ha ganado cómodamente dos plebiscitos, ambos organizados con inscripción automática y voto obligatorio en que se registró una participación superior al 85%.

Por otro lado, las críticas, descalificaciones, e insultos a la institución de Carabineros quedaron en el pasado. En medio de una inédita crisis de seguridad pública, el gobierno no ha tenido más alternativa que fortalecer a la policía uniformada y reconocer en ellos la única barrera contra el delito.

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Finalmente, el gobierno, en el marco de la estrategia nacional del litio, ha buscado una asociación con privados, específicamente con SQM. Si todo esto hubiese sucedido en un gobierno de derecha, no tendría por qué llamarnos la atención. Sin embargo, ocurre en un gobierno de izquierda que en campaña prometió cambios profundos, con la clara intención de echar abajo el modelo heredado de la dictadura y perfeccionado en los gobiernos de la Concertación.

Todo lo anterior no es malo para el país. Al menos, ya recuperamos la certidumbre institucional, descartando un nuevo proceso constitucional en el corto y mediano plazo. Afortunadamente, la elite ya entendió- o parece haber entendido- que estas dinámicas de cambio constitucional solo trajeron dolor e inestabilidad, y que el perfeccionamiento del actual texto debe pasar por el Congreso.

Los ciudadanos, en tanto, ya se dieron cuenta de que la Constitución no es el problema, y que para resolver las urgencias se requiere de buenos hacedores de políticas públicas y no de ideólogos dedicados a confundir más que a procesar las demandas sociales. En los dos años que le quedan al gobierno de Boric, los hacedores de políticas públicas debiesen asumir un rol protagónico, mientras que los ideólogos debiesen volver a sus actividades habituales y no salir de ellas.

En cuanto a seguridad pública, la situación es crítica. Poco a poco el gobierno ha entendido que Carabineros es su socio y no su enemigo. Además, ya perdió el complejo de renovar sistemáticamente los estados de excepción en la Araucanía, inclinándose también por una estrategia más firme frente a la migración irregular.

Estas acciones, al igual que las anteriores, son positivas para el país, pero algunas de ellas muy contradictorias con los principios que defendió la generación encabezada por el Presidente. Seguramente, este aprendizaje ha sido doloroso. Es, evidentemente, un realismo con renuncia. Debe ser muy difícil para esa generación constatar que sus convicciones políticas e ideológicas van a contrapelo de los hechos. Dicho en otras palabras, tales convicciones fueron fundamentales para ganar una elección, pero un verdadero estorbo para sacar adelante la tarea. De hecho, el gobierno del Presidente Boric se vio en la obligación de restituir el orden público con las herramientas tradicionales del estado de derecho, que tanto él como sus colaboradores criticaron con especial énfasis en medio del estallido social.

Incluso, en los primeros meses de gestión, la ministra Siches intentó entrar a la zona de conflicto en la Araucanía con un noble y valorable afán de diálogo. Pero ya sabemos cómo terminó esa historia.

Todo este relato retrata un gobierno restaurador, algo no muy propio de la izquierda más identitaria. El programa de Boric, de hecho, está en las antípodas de lo que ha sido su administración. En lo que queda de mandato, además, deberá enfrentar la reforma previsional. Todavía no sabemos cuál será el destino del 6% de cotización adicional. Si este va a las cuentas individuales de los trabajadores, entonces se fortalecerá el sistema de AFP, consolidando así una agencia que fue foco de crítica y malestar en octubre de 2019.

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