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Columna de Mauricio Morales: José Antonio Kast, el Mesías

Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago

La historia de Chile se ha encargado de mostrar una y otra vez que los extremos son nocivos para la democracia, especialmente cuando esos extremos instalan sospechas sobre el funcionamiento de las instituciones que regulan la competencia política. El cuestionamiento y no acatamiento de los fallos judiciales, la pérdida de neutralidad de las Fuerzas Armadas, la polarización ideológica, y el desgobierno son lecciones que, a sangre y fuego, nos ha costado entender, asumir, y aprender. No por nada asistimos a gobiernos que impulsaron, por ejemplo, la Ley de Defensa de la Democracia- más conocida como Ley Maldita- cuyo propósito era proscribir al PC y perseguir a sus dirigentes solo por pensar distinto. Y otros que, basados en convicciones erróneas, condujeron al país a manos de un régimen dictatorial encabezado por el general Pinochet, cuyo propósito fue el exterminio de compatriotas, instalando un régimen del terror y la odiosidad que sufrimos durante 17 largos años.

En este contexto, ha causado sorpresa el éxito de Republicanos- un partido con fuerte base “pinochetista”- en la última elección de consejeros constitucionales. La pregunta es cómo un partido de la derecha radical pudo empujar su votación a más del 35%, consiguiendo un 45% de los escaños, luego de que la izquierda -incluida, ciertamente, la más radical- triunfara consecutivamente en todas las elecciones desde 2020.

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Se dice que esto responde a un inédito comportamiento electoral pendular de los chilenos. Sin embargo, estos cambios no son tan extraños en nuestra historia política del siglo XX. En 1938 triunfó el Frente Popular, que fracasó a pocos años de haber asumido. Posteriormente, ya en 1958, los chilenos escogieron un gobierno de derecha, y al sexenio siguiente, lo haría la DC, que en las legislativas de 1965 fue una verdadera aplanadora electoral. Entregó el gobierno a la izquierda- reunida en la Unidad Popular- que, finalmente, sería derrocada en un cruento golpe de estado. En simple, en solo 15 años transitamos por distintos experimentos y enfoques ideológicos. El resultado ya lo conocemos.

Esta historia debe ser leída y releída por José Antonio Kast. Si bien su partido lo lleva a la categoría de algo así como un “Mesías”, lo cierto es que su responsabilidad histórica es mayúscula. Representar y defender una regresión conservadora es la peor decisión, y la torpeza más grande sería imaginar que ese 35% que votó Republicanos es, efectivamente, de ese sector político. Es fácil acceder al poder. Lo difícil es retenerlo.

 

La última Cadem muestra que el 27% prefiere a Kast como Presidente, seguido por Evelyn Matthei con solo 9 puntos. La misma encuesta muestra un renovado interés por la nueva Constitución, tanto así que la opción “A favor” sube 6 puntos respecto a la medición pasada. Las expectativas con Republicanos también sorprenden, pues un 61% estima que este partido trabajará para que el proceso funcione de buena manera. Es un escenario inmejorable para Kast, pero muy difícil de administrar. Si Kast no es capaz de ordenar y disciplinar a su partido con el único objetivo de escribir una Constitución razonable para Chile, entonces quedará sin fuerza para aspirar a dirigir el país desde La Moneda.

El desafío, entonces, pasa por convertir una mayoría circunstancial en un equipo confiable para el proceso de redacción de la nueva Constitución. Republicanos debiese pensar que el texto que provenga de la Comisión Experta es el más consensuado que podría lograrse, y que alterar ese consenso implica una aproximación al indeseable comportamiento de la Convención Constitucional. Sabemos que sin Republicanos no hay nueva Constitución, por lo que Kast debe impedir cualquier intento de boicot contra el proceso, o cualquier voz desquiciada que insinúe, por ejemplo, cuestionar los 12 principios definidos por el Congreso para escribir el nuevo texto.

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