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Columna de Mauricio Morales: Extremaunción constitucional

Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.

El proceso constitucional agoniza. A estas alturas, y con un 56% de voto "en contra", según la última encuesta Cadem, el resultado parece ser irreversible. Los actores se preparan para el drama y asumen que definitivamente no tendremos nueva Constitución. Nadie quiere salir a defender un texto moribundo que, en principio, parecía bien aspectado cuando salió de la Comisión Experta. Lo hizo en un contexto de declive en el apoyo al proceso en general, pero con expectativas de éxito. En el peor de los casos, pensaron muchos, la fatiga constitucional haría su tarea: tener una nueva Constitución casi por cansancio y hastío.

El nuevo proceso estuvo correctamente diseñado desde el Congreso. Las reglas fueron muy distintas al desastre de la primera experiencia. No era algo tan difícil de todos modos. En otras columnas he argumentado en tal dirección, pero basta señalar que en esta nueva instancia hubo un amplio debate en la Comisión Experta, que abarcó desde el PC hasta Republicanos.

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No se produjeron grandes conflictos, escándalos ni estridencias. Todo se dio dentro de las sanas reglas de la democracia. Es cierto que, posteriormente, el resultado de la elección de consejeros constitucionales escapó a todo pronóstico, dejando el texto en manos de la derecha. Pero es así como funcionan los sistemas políticos. Puede que las reglas estén perfectamente diseñadas, aunque sabemos que la última palabra la tiene el soberano. Es decir, los electores.

Si el diseño institucional fue bien pensado, ¿por qué el proceso pende de un hilo? La responsabilidad no es de la Comisión Experta ni del Consejo Constitucional, y tampoco de Republicanos. Es cierto que tanto la Comisión como el Consejo registran bajos niveles de confianza, sin siquiera llegar al 40%.

Este resultado, sin embargo, no puede atribuirse al desempeño de ambos órganos. ¿En quién recae la responsabilidad entonces? Partamos por lo básico. El llamado a una nueva Constitución lo hizo la clase política en medio de un violento estallido social. ¿La gente salió a protestar porque quería una nueva Constitución? No. El malestar era mucho más concreto y se vinculaba a los abusos de privados, bajas pensiones, cobros excesivos por servicios básicos, entre otras demandas. Nada de eso lo resuelve una nueva Constitución, pero parte de la elite insistía en lo contrario, elaborando un discurso tramposo.

Hicieron creer que todos los males del país tenían como origen la carta magna, provocando un escenario de buenos y malos, de amigos y enemigos, de demócratas y “fachos”, de pinochetistas y de anti-pinochetistas. Eso hicieron, y la Convención Constitucional lo reflejó a plenitud. Afortunadamente, la ciudadanía despertó y puso fin al hechizo. Hoy esa misma ciudadanía se resiste a avanzar hacia una nueva Constitución. La sensación es de engaño, de estafa.

En lo personal, soy férreo opositor a la Constitución de Pinochet. Pero con la misma convicción reconozco que con esas reglas el país progresó como nunca en su historia. La receta del éxito -con todas sus limitantes ciertamente- estuvo en el gradualismo. Así lo hizo el propio Presidente Lagos. Si bien hace poco señaló que no le había gustado la Constitución que él mismo firmó en 2005, hubo avances sustantivos. No se pudo más debido al bloqueo de la derecha, pero por eso mismo es que debemos empujar un segundo proceso de reformas. Mi propuesta es que lo haga el Congreso en el plazo de un año y medio, y que el texto sea votado junto con la elección presidencial de 2025.

Esta propuesta, evidentemente, tiene sentido en caso de que se imponga la opción "en contra". ¿Hay alguna posibilidad de que el texto sea finalmente aprobado? Difícil. Tendría que aparecer una gran coalición de centro, con liderazgos bien establecidos, capaces de llegar a acuerdos, con valentía para aislar a los extremos, y con la humildad para salir a pedir el voto reconociendo que en el proceso original hubo un intento de engaño. Casi imposible.

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