Columna de Mauricio Morales: "Los indecisos"

Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.

Un tema de discusión habitual en el contexto de las elecciones corresponde al volumen y características de los indecisos. Generalmente, se les define como aquellos votantes que no se sienten identificados con la oferta de candidatos disponible en el corto plazo y que, por tanto, pueden inclinar la balanza hacia alguno de ellos en el último tramo de la campaña.

En el marco del voto voluntario, los indecisos solían considerarse- erróneamente a mi juicio- como la sumatoria de las alternativas “no sabe”, “no contesta”, “ninguno”, “no vota” frente a la pregunta sobre intención de voto. Sin embargo, esta definición es insuficiente cuando se analizan elecciones con voto obligatorio. Dado que este régimen electoral supone sanciones efectivas por no sufragar, la respuesta “no iré a votar”- la más mencionada de las cuatro señaladas cuando el voto era voluntario- es mucho menos frecuente.

Según las encuestas pre-electorales de 2021, por ejemplo, la porción de los denominados “indecisos” bordeaba el 25%, mientras que las encuestas actuales arrojan menos de un 10% sumando las opciones “no sabe”, “no responde”, “no irá a votar”, “ninguno”. ¿Significa todo esto que el voto obligatorio resuelve automáticamente los problemas de representación, reduciendo los niveles de indecisión a un mínimo impresionante?, ¿es, entonces, el voto obligatorio la pócima mágica para recomponer las relaciones entre representantes y representados?, ¿implica lo anterior que, de un momento a otro, los candidatos elevaron sus niveles de congruencia programática con sus votantes y que, por tanto, la democracia termina revitalizándose?

Si alguien responde afirmativamente estas preguntas sostiene, en el fondo, que la elección está definida dado que la porción de indecisos no alcanza para revertir el resultado. Además, desde esta perspectiva, los candidatos actuales serían extremadamente eficientes para cubrir las preferencias electorales de los ciudadanos, contribuyendo a elevar los niveles de calidad democrática.

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Evidentemente, esta perspectiva de análisis es incorrecta. Como sostuve, la definición de “indeciso” bajo el voto obligatorio es mucho más compleja. Incluso, diría que hay dos tipos de indecisos. Primero, el grupo de encuestados que no se inclina por algún candidato, pero que tampoco está dispuesto a anular o dejar en blanco la papeleta. Segundo, el grupo de electores que marca alguna preferencia, pero que no está totalmente decidido a mantenerla.

La encuesta Pulso Ciudadano de fines de septiembre de este año, por ejemplo, mostró que el 21.5% de los entrevistados estaba “poco o nada decidido” respecto al candidato que había escogido en la pregunta sobre intención de voto, mientras que el 14.6% estaba “medianamente decidido”. En la misma línea, un reporte de la encuesta Panel Ciudadano-UDD de hace aproximadamente un mes, sostenía que, si bien los candidatos mantenían un apoyo parejo medición tras medición, cerca de un 25% de los encuestados cambiaba frecuentemente su intención de voto.

¿Qué nos dice todo esto? Primero, que el volumen de indecisos parece ser mucho mayor que el reportado por las encuestas de opinión. Segundo, que esto se produce porque no todas las encuestas preguntan sobre la dureza de la preferencia electoral en términos de cuán decididos están los electores a votar por un determinado candidato. Tercero, que derivado de lo anterior, existen preferencias “blandas” que perfectamente podrían producir altos niveles de volatilidad, en especial cuando estemos cerca del evento electoral. Cuarto, que subestimar el volumen de indecisos podría producir exceso de confianza en algunas candidaturas y sensación anticipada de derrota en otras, generando una falsa imagen de que la elección está definida. Quinto, que con voto obligatorio es más probable salir a arrebatar votantes de otro candidato en comparación con las elecciones organizadas con voto voluntario, pues bajo este régimen votaban, principalmente, electores politizados y convencidos de que su opción era la mejor. Sexto, que los comandos, al parecer, no tienen clara la existencia de estos dos tipos de indecisos, pues, de lo contrario, ya habrían implementado estrategias razonables para profundizar la volatilidad electoral en el caso de las candidaturas que hoy aparecen sin opción de avanzar a la segunda vuelta, o de endurecer el voto ganado en el caso de las candidaturas que ocupan las primeras posiciones.

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