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Comentario | La Memoria Infinita: Un foco del amor

Es difícil definir el amor. Es un término que, como sociedad, hemos idealizado tanto y de manera tan amplia que se ha convertido en un adjetivo carente de determinación. ¿Hablamos de ese amor trágico de Romeo y Julieta? ¿Tal vez la locura voraz de un Don Quijote desorientado por Dulcinea? Generaciones de mujeres buscando su príncipe azul bajó la atenta tutela moral de Disney. En esa búsqueda del mejor amor para cada uno, el cine aporta distintas visiones sobre una mesa llena de propuestas.

Entre la pena de una separación sostenida con el Diario de Bridget Jones y helado saborizado con lágrimas hasta la poética elevada a declaración de forma de vida absoluta de un “siempre nos quedará París” de Casablanca. El cine, y más precisamente el género romántico, ha tratado de encauzar uno de los sentimientos más complejos, lindos y temidos que puede soportar el ser humano.

En medio del canon de grandes producciones románticas que iluminan la ruta del enamorarse, de vez en cuando aparecen grandes películas, que terminan siendo las señaléticas que espera el sentimiento para recordar que vamos por la ruta correcta. La Memoria Infinita de Maite Alberdi es uno de esos focos de amor.

La nueva película de la talentosísima directora chilena (La Once, El Agente Topo) se estrenó entre récords en cines chilenos y continua con esa buena rutina de volver a llevar a la gente a las salas de cine. La Memoria Infinita es un documental que cuenta los últimos años de vida del periodista Augusto Gongora, su relación con la actriz Paulina Urrutia y su lucha contra el alzheimer.

El año pasado salió una película del bueno Gaspar Noe, se llama Vortex y es la historia de una pareja de ancianos, donde ella sufre demencia y comienza a olvidar todo. Recuerdo que cuando lo vi quedé pasmado por la extraña mezcla de crudeza y cariño de una pareja al borde del olvido. Dudé que algo me pudiera hacer sentir así de extraño, hasta que llegó la realidad.

La gran fortaleza de La Memoria Infinita es que es una declaración real de amor. Es una mezcla verídica de una enfermedad dolorosa y tenebrosa, que es acogida con el cariño y la afección más sincera. No sirve de mucho soñar con una relación tipo Los Puentes de Madison u Orgullo y Prejuicio si no tenemos una fuente verídica de que esa idealización es posible.

El lente de Maite Alberdi logra retratar a una historia de amor real y lo hace con un cuidado y una narrativa envidiable. Es un trabajo de reconstrucción, de recordarnos que la vida es hermosa aún en sus peores momentos. Es un viaje que te arrolla emocionalmente, pero con el paso del tiempo te infla el pecho y te guía en una ruta de constante renovación.

La memoria de una vida e ideales que se difumina por una enfermedad, pero que gracias a una película se vuelve infinita. Entonces, Alberdi logra resaltar dos cosas tan heterogéneas en su definición como lo son el amor y el cine, pues este último no es más que una de las formas que el ser humano encontró para ir dejando salvavidas para enfrentar la tan fiera vida.

Alberdi hace rimas constantes con la vida de Paulina y Augusto, con el rol de este último durante la dictadura militar y su lucha por la preservación de la memoria y de la muerte de los detenidos desaparecidos. Y es sumamente interesante descubrir cómo las visiones de Augusto sobre la muerte terminan repercutiendo en su enfermedad.

La película chilena que luchará por un espacio en los Goya es una película que tiene que estar por sobre el miedo emocional. Si, es una película con una habilidad para provocar llanto inusitado, que como si no fuera suficiente su sólida narrativa, recurre a una deliberada y eficiente banda sonora (a veces en exceso) para maximizar los sentimientos. El miedo a sentir y la idea de minimizar lo más posible las externalidades que consideramos negativas es tan propia de nuestros tiempos. Una película angustiosa pero necesaria para actuar como una válvula de sentimientos. Llorar para continuar más liviano.

Considerando la desventaja de ser una película latina, La Memoria Infinita debería meterse al canon de grandes producciones románticas de los últimos años. Con un buen trabajo de las productoras debería entrar en la carrera a los Oscar. La Memoria Infinita, sin nada que envidiarle a Amour o Vortex es la película chilena del año.

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