"Me Rompiste el Corazón": Una cueca cinematográfica que celebra a Roberto Parra

Queda menos de un mes para las Fiestas Patrias y el país ya comienza a construir un ideal de celebración. Fenómeno social interesante el que ocurre en septiembre: nos empapamos de cueca, chicha y patriotismo.

Como una especie de antesala, de coqueto acercamiento, ya está en cines "Me Rompiste el Corazón", la nueva película de Boris Quercia. El intento de llevar a pantalla la etérea y compleja obra de Roberto Parra al cine, más específicamente, su relación con la Negra Éster. Y como dice la cueca "no hay primera sin segunda ni segunda sin tercera", esta crítica se compone de tres patitas.

Primera patita

Como toda cueca, "Me Rompiste el Corazón" comienza de manera tímida, con el freno de mano puesto. Me encantó la idea de generar un metacine, un relato inserto dentro de otro que, a su vez, nos cuenta una historia. No solo por ser un capricho narrativo, sino porque realmente se utiliza para generar distintas válvulas de escape poéticas. La infancia de Roberto es contada en un teatro, el uso de maquetas para contar ciertos pasajes, la conversación de Roberto con Álvaro Henríquez que se enmarca en los casetes que escucha el mismo Daniel Muñoz.

Pocas películas chilenas que manejan la estructura narrativa de manera tan original se me vienen a la mente.

"Post Mortem" tenía un trabajo de contemplación sublime, "La Vida de los Peces" con un trabajo en tiempo real, pero un trabajo de metacine con tantas capas no recuerdo. La puesta en escena es sublime.

Pero esa misma puesta en escena se ve opacada por un comienzo demasiado desordenado. Hay una idea obsesiva de tratar, por un lado, de abarcar toda la figura de Parra, pero al mismo tiempo centrarnos en su relación con la Negra. Eso provoca que nos demore mucho subirnos al barco emocional de esa relación en San Antonio. Pese a durar poco más de hora y media, la película se siente más larga porque trastabilla un poco en ritmo, como un primer pie de cueca luego de mucho tiempo.

Segunda patita

Ya bailamos una, ya tomamos ritmo, acá nos vamos derechito. Cuando "Me Rompiste el Corazón" logra generar ese vínculo emocional, no la para nada. Se siente que es una carta de amor a la cueca, al folclore encarnado en la incombustible figura de Roberto Parra. Hay cariño en la obra, hay ganas de hacer un producto capital del género y eso se nota. Daniel Muñoz y Carmen Gloria Bresky logran transmitir ese amor turbulento y desastroso (como todos los amores) con una actuación comprometida y perfeccionada.

El trabajo de Álvaro Henríquez brilla musicalizando no solo la vida de Roberto, sino que también la folclorización nacional. Ese estilo de vida cuequero, de bailes, copetitos y chilenidad. El elenco triunfa en la representación de un ambiente de hermandad que se refleja en la pantalla. Sin ser una obra maestra, la película logra mantener esa sonrisa imborrable en la cara, esa sonrisa tan propia de una fiesta patria, de un desborde de alegría.

Tercera patita

Si de algo peca la película, es de un clímax eterno, que se alarga y se extiende por varios falsos clímax que van intercalando entre chistes y desgracias. Y tal vez es mejor así, el gran problema de los biopics es la cinematización de la biografía de los protagonistas. La elección a conveniencia de los episodios a mostrar para ayudar a construir una película termina provocando desastres narrativos como "Bohemian Rhapsody". En eso triunfa "Me Rompiste el Corazón", porque la vida de Roberto Parra no tuvo un momento de clímax, tuvo varios. La vida se mide en esos triunfos y en esos fracasos, en esos buenos y malos momentos, y la película sacrifica un solo momento de tensión por una narrativa más realista.

Eso no impide que "Me Rompiste el Corazón" nos logre emocionar en su tramo final. La resolución de un amor tormentoso no puede ser de otra forma. La sensación agria de un desamor y la dulzura de una vida resuelta en base a ese gran amor, pero sin ese gran amor, queda reflejada en la pantalla de manera sublime.
La nostalgia de la última patita de cueca es la que perdura en el corazón.