Comentario: Godzilla y Kong: Nuevo Imperio ¿Basta con la grandilocuencia?

os fanáticos de Godzilla vivimos un tiempo maravilloso. No solo por la lejana placa protectora ficcional que permite no preocuparnos de que un lagarto gigante destruya nuestras ciudades, sino porque el apogeo que vive el querido reptil japonés no tiene precedentes.

Por un lado, y como si de un plato gourmet digno de un restaurante con tres estrellas Michelin se tratara, Godzilla Minus One se posicionó como una película antibélica inteligente, sensitiva y sumamente entretenida. El drama de la guerra en Japón representada por una enorme criatura que, al igual que la guerra, arrasa y destruye sin miramientos.

Por otro lado, y como si fuera parte de una franquicia de comida rápida reconocida y deliciosa, Godzilla y Kong: El Nuevo Imperio se posiciona como un festín de golpes, arañazos, mordidas y cero respeto por el patrimonio arquitectónico.

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Dirigida por Adam Wingard, la quinta parte del Monsterverso ha recibido críticas mixtas. ¿Qué le podemos pedir a una película diseñada para “apagar el cerebro”? Para empezar, hay algo irrefutable, que es el éxito de esta película: 80 millones de dólares en su primera semana en Estados Unidos, mucho más de lo presupuestado, convirtiéndose en la película con mejor estreno de esta saga. A la gente le ha gustado y se ha volcado a las salas para verla.

Más allá de eso, Godzilla y Kong es una película pensada en construir escenarios donde monstruos gigantes se dan de puñetazos. Y ahí terminó radicando su mayor virtud, en King Kong usando un mono pequeño como nunchaku, en Godzilla aplicando un suplex a King Kong, en los constantes ataques atómicos de Godzilla. Un desfile de Kaijus golpeándose y la interacción humana reducida a lo más mínimo posible.

Encontrar el equilibrio entre los puñetazos y el trasfondo de los humanos es sumamente complejo. Godzilla (2014) fue duramente criticada por llenar la pantalla del drama humano cortando el tiempo en pantalla de la destrucción de la ciudad. Godzilla vs Kong (2021) nos presentaba grandes batallas, pero una insulsa y desinteresada historia humana. El equilibrio es finísimo y precipitarse hacia uno de los costados es fatal.

La saga del Monsterverse pareciera no solo precipitarse, si no que lanzarse en picada hacia uno de los costados. En la última película el rol humano es mínimo y está minimizado a hacer que la trama avance de manera conveniente y a hacer el alivio cómico (y hasta ahí ya que mini Kong es el personaje más chistoso). No hay manera de que me interesen los dramas familiares, los descubrimientos científicos, ni mucho menos la masacre cuantiosa provocada por los monstruos gigantes.

¿Y qué nos queda si no me preocupa que Río de Janeiro sea destruido provocando la muerte de miles de millones? Peleas carentes de dramatismo. La saga se fue tornando a una “rapido y furiosisación” de manera muy radical. No importa las explicaciones lógicas, no importan los componentes humanos, no importan los agujeros de guion. Las cosas en esta película ocurren porque sí, aparecen porque sí. “No hay tiempo para explicar, tenemos que ver un mono gigante cabalgando un lagarto”. Solo nos importa la masividad de la acción, la buena puesta en pantalla del golpe, la explosión más magnífica.

¿Está mal eso? Probablemente ¿No es una película para “apagar el cerebro”? Si. Que sea una película de domingo en la tarde no significa que esta tenga que estar mal escrita. Titanes del Pacifico, otra película de monstruos gigantes, tiene un gran guion y está estructurado de una excelente manera y eso no la deja de hacer una película entretenida. Gran parte del cine de acción de los años 80 y 90 no era más que balazos y golpes, pero las que realmente siguen rondando nuestros cerebros eran aquellas que mantenían mínimos de calidad en guion, dirección y fotografía. No hay ningún solo plano, frase o actuación que vaya a quedar en mi retina luego de ver Godzilla y Kong, solo queda en mí la imagen del suplex de Godzilla a Kong en medio de las pirámides de Egipto. Y es una pena que una historia con momentos tan divertidos esté condenada a quedar en el olvido por una floja construcción, que no respeta lo más mínimo al espectador. Tenemos que empezar a pedir más a aquellas películas creadas para “apagar el cerebro”. No que se vuelvan una película compleja y artística, si no que nos entreguen lo que merecemos, mal que mal, esas películas siguen siendo cine.

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