Columna de Mauricio Morales: "Un centro acobardado"

Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.

No hay encuesta que diga lo contrario. Hasta ahora, José Antonio Kast sería el nuevo Presidente de Chile para el período 2026-2030. Si bien disputa el primer lugar punto a punto con Jeannette Jara, la segunda vuelta sería un mero trámite. La única duda es por cuánto ganaría Kast y en qué situación quedará el oficialismo frente a una derrota de esta envergadura.

Sin embargo, quedan cerca de tres meses para la elección, lo que incluye campaña, debates abiertos y franja televisiva. ¿Existe espacio para una sorpresa? Por cierto que sí, pero dicho espacio depende tanto de los errores propios de quienes lideran la carrera presidencial, como de los aciertos de quienes vienen en lugares de retaguardia.

Incluso, las fallas de los punteros no necesariamente implican una reducción en su intención de voto. La denominada “semana negra” de Jara apenas produjo un retroceso que estuvo dentro del error muestral, según la encuesta Cadem del domingo 10 de agosto, y de acuerdo con los datos reportados por Panel Ciudadano-UDD este fin de semana, la candidata oficialista no ha sufrido merma alguna. Los resultados de Criteria avanzan en la misma dirección, mostrando que Jara marca 31% en la pregunta cerrada, sin diferencias respecto a mediciones previas.

Algo similar sucedió con Kast luego de que señalara que el Congreso no es tan relevante como muchos creen, lo que se interpretó como un apoyo a la idea de gobernar por decreto. Según Criteria, Kast marca 29% en la pregunta cerrada, mientras que su imagen de triunfo, medida como el porcentaje de encuestados que cree que él será el próximo Presidente de Chile, llegó a 42%, el más alto de toda la serie de tiempo.

Los tropiezos de Jara y Kast, y el nulo efecto sobre su intención de voto, muestran, entonces, que sus bases de apoyo ya están sólidas e inmunes, al menos hasta ahora, a las pifias o errores propios de una campaña. Suele suceder, eso sí, que dichos errores sean magnificados por columnistas, la prensa, o los otros candidatos, pero lo cierto es que a los electores de los favoritos no les pasa nada. Al igual que el hincha de un equipo de fútbol, una derrota el fin de semana no los hará cambiarse a otro club.

¿Qué podrían hacer los otros candidatos? Una de las fantasías que pulula en el ambiente político es que, en algún minuto, los electores de “centro” se darán cuenta de que los extremos son peligrosos para la democracia y que el país seguirá estancado, ya sea con un gobierno de Kast o de Jara. Entonces, cuando se genere ese espacio de racionalidad, los extremos quedarán atrás, facilitando el avance incontrarrestable de los candidatos moderados.

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Este argumento, no obstante, tiene dos problemas. El primero es que, en realidad, lo que hace tres décadas entendíamos como “centro”, ya no es tal. Es difícil defender la idea de que el centro es una simple “auto-exclusión” que realizan los electores frente a los extremos. El segundo es que si ese votante de “centro” existe, se encuentra totalmente descoordinado y diseminado en distintas candidaturas. A diferencia de los extremos, cuyos representantes son nítidos y atractivos, la oferta de centro parece ser sumamente insípida y ajena a la legítima lucha política.

Ser de centro no implica renunciar al conflicto y mantenerse al margen del debate público. El rol de una candidatura de centro en una competencia polarizada es, justamente, llevar a los candidatos extremos al lugar que les corresponde, haciendo ver a los votantes que el “centro intenso” existe y que se encuentra en mejores condiciones para resolver los problemas concretos de la ciudadanía. Pero para eso se necesita valentía y coraje.

Evitar la confrontación solo hará que las dos candidaturas extremas sigan protagonizando la agenda pública, dejando a las candidaturas de centro como simples espectadoras. Este “centro intenso”, por tanto, debe construir una emocionalidad capaz de perforar la construcción simbólica que armaron las candidaturas polarizadas, y que tienen convencida a buena parte de la población que sus soluciones a los problemas de seguridad pública y crecimiento económico son mejores que las del resto.

La encuesta Criteria de este fin de semana consulta a los encuestados si prefieren votar por un candidato de izquierda, centroizquierda, centro, centroderecha, o derecha. La opción pura de “centro” apenas alcanza un 14%, siendo duplicado por la “derecha” con 28%. Pero la sumatoria entre “centro” y “centroderecha” acumula 29%, lo mismo que la adición entre “centro” y “centroizquierda”.

Con esto, mi punto no es que el eje ideológico izquierda-derecha sea la única dimensión de la competencia electoral, pero queda muy claro que si los candidatos “centristas” quieren gobernar Chile, es hora de que muestren sus propuestas y salgan a enfrentar a los extremos. Un centro acobardado solo hará que las elecciones del 16 de noviembre sean un simple trámite, y que el 14 de diciembre los chilenos deban optar entre Kast y Jara.

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