Alega manipulación y tratos inhumanos: Exmonja demanda a su congregación por desatender su grave enfermedad

Una millonaria demanda protagoniza una exreligiosa que pertenecía a la Orden de las Clarisas Capuchinas, radicada en Pucón, en la región de La Araucanía.

La mujer que se desempeñó como monja durante 17 años exige que la Orden y la Diócesis de Villarrica la indemnicen con $400 millones por concepto de daño moral, argumentando que sufrió "daños a causa del actuar de los representantes y agentes" de ambos organismos demandados.

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En un principio, los hechos fueron denunciados en la interna de las organizaciones religiosas, pero ella nunca recibió una respuesta formal; incluso, la investigación fue cerrada por la Santa Sede, que únicamente pidió "velar por la armonía de la comunidad", según acusa la víctima. 

Ante aquella inoperancia, el caso escaló a nivel judicial. Meganoticias.cl accedió al documento legal que presentó la afectada en tribunales de Temuco, en el que detalla los supuestos malos tratos —algunos hasta inhumanos— que recibió por parte de las autoridades religiosas de su congregación.

Caminar descalza sobre piedras calientes para aguantar el dolor

La denunciante ingresó al monasterio Santa Clara de Pucón en 2003, cuando tenía 20 años de edad. Su maestra fue una mujer denominada religiosamente como sor María Verónica de Jesús Crucificado, quien durante los primeros años de formación les exigía cosas que ella y sus compañeras consideraban "normales".

 

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Sor Verónica causaba dos sensaciones: temor e idolatría. Lo primero, porque "era muy exigente en la disciplina, en el trabajo y en la austeridad"; lo segundo, "porque a mis tan solo 20 años, ella me parecía una persona carismática y llena de virtudes", señala la otrora monja.

"Tenía también muchas cualidades maternas, lo que provocaba que todas quisiéramos su cariño y atención. Por lo mismo, existía mucha envidia y rivalidad entre nosotras. Esta mezcla de rígida, exigente, pero al mismo tiempo carismática y cariñosa, creo que fue el motivo para confundirme y no ver a tiempo su abuso de autoridad y de conciencia", señaló.

Ese supuesto cariño y la fuerte exigencia de la superiora le generaba una lucha interna, además de miedo e incertidumbre. Cuando tenía malestares menstruales, ella le insistía en que "hay que aguantar el dolor, demostrar ser fuerte y ofrecerlo a Dios".

La situación de abuso era grave, lo que queda ejemplificado en el siguiente mal recuerdo: "Un día me hizo caminar descalza sobre piedras calientes cuando tenía dolores menstruales para que me diera cuenta de que el dolor era soportable. Eran tan fuertes que a veces, a escondidas, tomaba algo de licor para soportarlo y estar en pie, porque a ella no le gustaba que nos quedáramos en cama. Si tú lo hacías, después no te hablaba y te hacía la 'ley del hielo'", acusó.

 

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"Piensa en San Lorenzo, que lo quemaron"

Aquellos insoportables dolores menstruales que sentía la mujer eran síntomas de una endometriosis, trastorno que le fue diagnosticada cuando, junto a sor Verónica, acompañó a una hermana del monasterio a un control ginecológico, en el que aprovechó de someterse a una ecografía.

Otra pesadilla fue la que vivió cuando se quemó con el agua caliente de un termo: el líquido "entró por la manga del hábito (la típica vestimenta de una monja) y corrió hasta la cintura. Me quemé toda la parte derecha, me puse a llorar y caí al suelo de dolor. Cuando llegó sor Verónica le dije 'no es nada'. Me daba miedo que no me quisiera si no era fuerte para el dolor".

Llegó a un hospital en ambulancia, estuvo un mes en recuperación y todos los días debía soportar las curaciones sin anestesia. Los consuelos de su superiora eran manipuladores: "Me decía 'piensa en San Lorenzo, que lo quemaron; y en San Francisco, que le cauterizaron un ojo'. Tenía la capacidad de convencerte de que podías soportar cualquier tipo de dolor", expuso en su demanda.

El diagnóstico de una grave enfermedad y otros malos tratos

Junto con denunciar otros hechos de manipulación psicológica y tras una travesía en Italia, en donde cursó estudios otorgados por la Iglesia, en 2013 "me enfermé, empecé con síntomas gastrointestinales. Empeoré muy rápido y los doctores en el hospital de Pucón no lograban saber qué estaba pasando".

Un matrimonio la llevó a una clínica de Santiago y se hizo cargo de todos los gastos. Los profesionales de aquel recinto médico inmediatamente detectaron que tenía el colon ulcerado y diagnosticaron la presencia de Clostridium difficile, una bacteria "que puede causar diarrea y afecciones intestinales más serias, como la colitis", consigna Medline Plus.

La enfermedad no pudo ser controlada, así que fue sometida a una colectomía total: "Me sacaron todo el colon y me dejaron con una bolsita en el estómago para defecar", relató la exreligiosa.

 

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Sor Verónica, que en ese entonces estaba en Italia, se enteró de que estaba siendo atendida en una clínica de la zona oriente de la Región Metropolitana, así que pidió que fuera trasladada al convento italiano en el que permanecía, ya que en aquel país europeo estaba el hospital Solievo della Sofferenza, fundado por el padre Pío.

La afectada llamó de manera telefónica a su superiora para preguntarle si en ese hospital había un coloproctólogo, el profesional que ella requería para su tratamiento, y le respondió que "sí". También le confesó los miedos que tenía de viajar a Italia y estar lejos de su familia, pero la mujer respondió fiel a su estilo manipulador: "Teniéndome a mí no te faltará nada".

Cuando llegó a Italia, resulta que el hospital no tenía coloproctólogo, sino solo un cirujano abdominal que no conocía bien la enfermedad que ella padecía. Si bien era comprensivo con ella, también mantenía una adoración hacia sor Verónica, entonces no aceptaba sugerencias de otros médicos sobre su tratamiento.

Su salud empeoró radicalmente, al punto de pesar 34 kilos y manifestar otras graves dolencias en su cuerpo. Por esa razón, llamaba a un doctor que la autorizaba a consumir un determinado medicamento para aliviar los dolores. Sor Verónica supo sobre eso y la culpó, diciéndole que engañaba al mencionado profesional.

"Siempre me hacía sentir culpable, diciéndome que yo no aguantaba nada y me pedía cosas realmente imposibles como, por ejemplo, no vomitar la comida, cuando era algo normal en mis condiciones. No solo me lo pedía, sino que me retaba a hacerlo, pero yo ya no estaba en condiciones de regir mi cuerpo, estaba casi desahuciada y no tenía ganas de vivir", sinceró la afectada.

"¡Deja de llorar!"

"Una vez me pasé toda la noche llamándola para que me ayudara a cambiar la ileostomía (la bolsa en la que defecaba) y no me contestó. Sin poderme vestir, me puse una bata y me arrastré hasta el coro donde estaban rezando para pedirle que me ayudara", relató en la demanda.

Lejos de mostrar misericordia, "ella solo me miró y no se movió. Llegó más tarde a mi habitación y comenzó a gritarme '¡deja de llorar!'. Mientras intentaba pegarme la bolsa, me gritó '¡cállate, deja de llorar y dile a tu tripa que deje de botar caca!'. Recuerdo haberle dicho esto años después y me respondió que yo me había inventado estas cosas".

 

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Regresó a Chile en febrero de 2017, por expresa solicitud de su familia. Levemente, comenzó a mejorar, dentro de las condiciones que enfrentaba, pero la situación empeoró cuando sor Verónica retornó a Pucón desde Italia. Por ejemplo, cuando tenía que ir a controles médicos, la superiora justo ocupaba el vehículo del monasterio, así que la afectada viajaba en bus con todas las dolencias que eso implicaba.

En julio de 2019, salí del convento con el permiso de la superiora a Santiago para retirar la ileostomía. Para el día de la operación, sor Verónica viajó a Santiago y justo antes de entrar a pabellón habló con el médico y le dijeron que él no sabía lo que estaba haciendo, que todo saldría mal y, a pesar del mal pronóstico, la operación fue un éxito", indicó.

Sin embargo, las complicaciones de salud nunca terminaban y ella solicitó a sus maestras atenderse nuevamente en Santiago. La respuesta fue dolorosa, pues le negaron el permiso y le dijeron que "debía volver a Pucón, que si era necesario que muriera, así sería, ya que esa era nuestra forma de vida". 

El adiós a la religión

Después de varios martirios, cuando la situación ya no daba para más, la víctima renunció a sus votos en septiembre de 2020: "Desde entonces mi salud ha mejorado cada vez más", dijo, argumentando que el estrés del convento la tenía socavada.

Pese a la mejoría, aún enfrenta delicados problemas que van desde su alimentación, hasta el momento de hacer sus necesidades básicas. 

"Creo que estoy mejor que nunca, no obstante, tengo que confesar que a veces siento rabia con sor Verónica porque, aunque Dios me ha dado una nueva vida y ha sanado tantas cosas, igualmente hay cosas que no van a cambiar nunca más", enfatizó en su demanda.

Así, concluyó que "el resentimiento más grande con ella es que infantilizó mi conciencia, me manipuló para hacer de mi otra y, sobre todo, me obligó a dejar mi vocación en el monasterio (...) ahora me cuesta creer en la Iglesia, me he alejado de ella y mi relación con Dios ya no es nada en comparación con la que tenía siendo monja".

La demanda fue ingresada en enero de este año y ya se le dio curso en la Corte de Apelaciones de Temuco. Lo que viene ahora es la eventual respuesta de la Orden de las Clarisas Capuchinas y de la Diócesis de Villarrica.