Columna de Mauricio Morales: Cómo salir del bochorno constitucional

Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.

Estamos en el peor contexto para definir si Chile tendrá una nueva Constitución. La crisis económica no cede, persisten severos problemas en materia de seguridad pública, el gobierno sigue con una impopularidad estructural -según la última Cadem solo el 30% aprueba la gestión del Presidente-, y los casos de corrupción brotan todos los días, abarcando los tres niveles de la administración del estado: ejecutivo, regional y comunal.

El 85% cree que la corrupción está generalizada, y el 72% desaprueba la gestión del gobierno en el lío de las fundaciones. Todo esto genera molestia y rabia. ¿Qué mejor que descargarse contra la nueva Constitución? No es que la gente quiera castigar a la elite. Con voto obligatorio debe sufragar, pues de lo contrario se expone a multas. Además, si fuese por expresar esa rabia, ya sabemos que hay otros mecanismos, muchos de los cuales violentan la democracia: protestas con destrucción de bienes públicos, barricadas, funas, entre otras.

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Si fuese por castigar a la elite, entonces en el próximo plebiscito debiese ganar por lejos la sumatoria de votos nulos y blancos. Luego, si pensamos que el castigo a la elite es votar “en contra”, asumimos que esa elite es homogénea y que en conjunto empujarán por el cambio definitivo de la Constitución. Esto difícilmente suceda. Sería una enorme paradoja que desde el PC hasta Republicanos se consensuara una postura favorable al nuevo texto.

Entonces, desde mi perspectiva, el rechazo es más al proceso que a la elite. Y por proceso me refiero fundamentalmente a los efectos que generó el desempeño de la Convención Constitucional, junto con el origen violento de esta etapa histórica a partir de una enorme revuelta social. Alguien podría contraargumentar diciendo que en el plebiscito de entrada el 80% votó a favor del cambio de Constitución. Sin embargo, en ese plebiscito votó el 51%. Por tanto, solo un 40% del padrón aprobó esta ruta. Es cierto que en democracia el que calla, otorga, pero estas cifras sirven para calibrar el real apoyo a la opción “Apruebo” en el plebiscito de entrada.

A casi 4 meses del nuevo plebiscito, los datos de la encuesta Cadem indican que el resultado es prácticamente irremontable. Si bien las sorpresas existen en política y las encuestas pueden fallar, lo cierto es que el panorama, como mínimo, es poco auspicioso. Incluso si Republicanos y el PC salieran a defender el texto ante la opinión pública, eso no garantiza éxito. El proceso está dañado de origen. Lo que parte mal, termina mal.

En este escenario, mi propuesta es la siguiente. Primero, ingresar a la brevedad un proyecto de ley de reforma constitucional que permita discutir en el Congreso la propuesta de la Comisión Experta, que salió adelante fruto del consenso y los acuerdos. Segundo, comprometer un año de discusión y eventual aprobación de las secciones más relevantes de dicho texto. Tercero, incorporar una papeleta adicional para los comicios presidenciales de 2025 en primera vuelta. Esta papeleta debiese preguntar si la ciudadanía aprueba el nuevo texto constitucional o si prefiere mantener la Constitución actual.

¿Cuáles son las ventajas de esta propuesta? Primero, que da una tercera oportunidad para cerrar el capítulo constitucional, ahora realizado desde el Congreso. Segundo, acota el plazo de discusión a un año, tomando como base la propuesta de la Comisión Experta que refleja, desde mi perspectiva, lo mejor de lo nuestro como país. Tercero, el proceso cierra con el revestimiento popular, incorporando una papeleta específica en las próximas elecciones presidenciales. Cuarto, permite que el próximo Presidente llegue al gobierno con certidumbre institucional.

Como toda propuesta, hay algunas desventajas. La principal es que sería este Congreso el encargado de discutir el texto de la Comisión Experta. Es una institución deteriorada en la opinión pública, y que se ha ganado la cólera ciudadana. Sin embargo, no tenemos más opciones. El mejor camino, y siempre lo dije, fue el reformismo. Lo hice cuando los vientos refundacionales intentaban acallar las opiniones moderadas, y cuando los partidos políticos -de manera apresurada- suscribieron el acuerdo del 15 de noviembre de 2020, con reglas que claramente nos conducirían al fracaso. Espero que, al menos esta vez, prime la racionalidad y el buen juicio.

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