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Destino Final: Lazos de Sangre sorprende tras 25 años: una secuela que nadie pidió... y todos van a disfrutar

¿Cómo doblar una apuesta que ya fue jugada seis veces? Hace 25 años se estrenó Destino Final, una película revolucionaria en el género del terror. Por primera vez teníamos un slasher donde el asesino no existía: no había machetes ni superhumanos con máscaras. Las muertes se proyectaban de la manera más realista posible, como un ente imparable e invencible. ¿Cómo sortear a la muerte cuando la muerte está ensimismada en dar contigo?

Durante cinco películas, la saga de Destino Final no solo construyó una galería de secuencias iniciales espectaculares y una creatividad inaudita para mostrar las muertes más inverosímiles posibles. También se atrevió a reflexionar —con mayor o menor acierto— sobre el libre albedrío y el escaso control que tenemos sobre la vida.

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Fueron cinco películas con la misma premisa y el mismo mecanismo, incluyendo grandes momentos como el desarrollo de personajes en la tercera entrega, y pésimos aciertos como todo el apartado visual de la cuarta. Pero el agotamiento de una saga (que, por lo demás, nadie pedía de vuelta) no es impedimento para los grandes estudios, que siguen amasando dinero con base en el cariño franquiciado. Destino Final: Lazos de Sangre llegó a los cines y es una gratísima sorpresa.

Dirigida por Zach Lipovsky y Adam Stein, Final Destination: Bloodlines toma su primera buena decisión al cambiar al grupo de protagonistas. Ya no se trata del clásico grupo de sobrevivientes de una tragedia predicha por la visión de uno de ellos, sino de la familia de una sobreviviente que no solo tuvo la visión, sino que además salvó a todas las personas involucradas. Ahora, la muerte no solo persigue a quienes debían morir y no lo hicieron, sino que también debe encontrar a los hijos que nacieron sin tener que haberlo hecho.

Abordar la seguidilla de muertes desde el desconocimiento del caso y como una maldición familiar refresca un mecanismo ya agotado. Estamos frente a lo mismo, pero se siente fresco, se siente original. Se lamenta, eso sí, que no se haya retomado lo más interesante de la saga —a nivel narrativo, por supuesto— que es el eterno debate del libre albedrío, el deseo de control y de ser Dios. Cuando la saga reflexiona sobre el control, alcanza sus mejores momentos. Aquí se desaprovecha.

Por otro lado, lo más interesante de la franquicia, a nivel visual, siempre han sido las muertes, y en esta entrega se da gala de un ingenio supremo. La primera escena, que como corresponde es una visión, se posiciona rápidamente a la par de la ya mítica introducción de la segunda entrega (esa que alimentó el miedo colectivo a los camiones que transportan troncos). Y funciona no solo por el ritmo despiadado, sino por su genialidad al retratar cómo todo lo que puede salir mal, saldrá mal. Entendiendo el lenguaje utilizado anteriormente, los directores juegan constantemente con falsos indicios.

Y no es solo que las muertes sean disparatadas o con altos niveles de gore. La película incorpora un espectacular e hilarante humor negro. Un humor que estuvo presente en la saga, pero que nunca se había profundizado como en Lazos de Sangre. Por momentos, genuinas risas se intercalan con el pánico más atroz de la muerte más sádica. Tal como en un funeral, entre las lágrimas necesarias se cuelan unas risas incómodas. El humor funciona como válvula ante el horror más puro.

Por último, la aparición póstuma de Tony Todd. El actor participó en cinco de las seis películas, interpretando al enigmático forense que servía de guía para los sobrevivientes. Todd alcanzó a grabar sus escenas antes de fallecer en noviembre de 2024. No es solo su rol en la historia ni su legado en el cine de terror (recordemos que fue el inolvidable Candyman), sino que su aparición está medida y resulta profundamente emocional. Probablemente, es el momento más conmovedor de una película que, por momentos, se esfuerza en demasía por generar vínculos afectivos entre los protagonistas.

Una película que no tenía ningún derecho a ser buena no solo cumple con los estándares minimalistas de los fanáticos de la saga, sino que también deja ver destellos de buena dirección, fotografía y edición. Vayan al cine a ver Destino Final: Lazos de Sangre y, de paso, a ser manipulados por la muerte, celebrando juntos la mayor de las carnicerías.

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