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Columna de Mauricio Morales: Votar nulo/blanco es votar "A favor"

Por Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política, profesor titular, Universidad de Talca-Campus Santiago.

Un voto válido es aquel que se emite en favor de un candidato o preferencia. El voto inválido, en tanto, es aquel que se deja en blanco o en que se marca más de una opción. Al momento de realizar el cálculo de los porcentajes de cada candidato o preferencia, estos votos inválidos se descuentan y dicho cálculo se realiza solo sobre la base de los votos válidamente emitidos. Los votos nulos y blancos, como creen algunos, no se suman a la mayoría, pero sus efectos, muchas veces, son ignorados cuando se explican los resultados de una elección. ¿Por qué es relevante analizar este tipo de comportamiento electoral?

Partamos por lo siguiente. La opción “en contra”, según la última Cadem, marca 54% y el “a favor” 31%. En cualquier elección normal estos resultados serían absolutamente definitorios. Sin embargo, estamos frente a un plebiscito constitucional que implica una decisión algo más compleja.

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En función de esto, es posible identificar cuatro grupos de votantes. El primero está compuesto por quienes votarán “a favor” porque creen que el nuevo texto constitucional es mejor que el actualmente vigente. En su mayoría, son personas que votaron “rechazo” en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022, y que ven en estas elecciones una oportunidad para cerrarle el paso a la izquierda en caso de que insista en reabrir el proceso constitucional.

El segundo grupo es de quienes votarán “en contra” a cualquier evento. Son electores que votaron “apruebo” en el plebiscito de 2022, y que apoyaron entusiastamente toda la secuencia constitucional desde sus orígenes. Muchos de ellos, incluso, fueron parte del movimiento “Marca tu voto”, que en 2013 llamó a escribir la sigla A.C. (Asamblea Constituyente) en la papeleta presidencial de ese año.

Este grupo será el claro perdedor independiente del resultado del próximo plebiscito, pues de ganar el “a favor” se impondrá una Constitución que está en las antípodas de su ideología, y si gana el “en contra” deberán aceptar que la actual Constitución es legítima, robusta, e imbatible. Nadie sabe para quién trabaja.

Pero hay dos grupos adicionales sobre los que no se ha puesto suficiente atención. El tercero se compone de electores que, muy probablemente, evalúen de manera positiva el texto constitucional propuesto por el Consejo, y que estén convencidos que es mejor que el actual. Sin embargo, consideran que el origen del proceso constitucional es espurio, derivado de un estallido social y llevado adelante por una elite que no estuvo a la altura. Por tanto, se ven imposibilitados de votar “a favor” porque hacerlo implicaría validar un hito marcado por la violencia. Dicho en otros términos, no están dispuestos a tolerar que la nueva Constitución haya sido impuesta “con la pistola al pecho”. Es un grupo pequeño, pero inflexible en términos electorales y que, por cierto, votó “rechazo” en el plebiscito de 2022.

El cuarto grupo, en tanto, es el que podría generar algo de incertidumbre en el resultado. Me refiero a votantes de derecha que claramente prefieren la actual Constitución y que no darán su brazo a torcer sea cual sea el texto que se les proponga. Son parte del 62% que votó “rechazo” en 2022, pero que por razones históricas, ideológicas e incluso familiares, no aprobarán otra Constitución.

Este grupo debe ser tratado con especial delicadeza por parte del “a favor”. Si ya está claro que no respaldarán la nueva Constitución, entonces tiene poco sentido presionarlos. No cederán ante la amenaza de que la izquierda pueda reabrir el proceso en caso de que gane el “en contra”. Por tanto, la mejor estrategia para el “a favor” es convencer a este grupo de votar nulo o blanco. El argumento es simple. Votar nulo o blanco implica, como ese grupo pretende, invalidar el proceso constitucional, pero al mismo tiempo distinguirse de su enemigo político máximo, que es el PC y el Frente Amplio.

Sería muy difícil entender que la derecha más identitaria termine votando de la misma manera que la izquierda refundacional. Así, y como expliqué al inicio, estos votos nulos y blancos se descontarán del cálculo, resolviendo un problema no menor para el “a favor”. Basta recordar que cerca de la mitad de los votos de derecha están por el “en contra”. Lo difícil, por cierto, será convencer a ese grupo de que votar “en contra” es votar por la izquierda, y que insistir en eso solo traerá como consecuencia un despertar de las malas ideas que se originaron en la Convención Constitucional.

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