«La Jauría». No tengo más preguntas por el momento. Gracias

  • Por Matías Andújar

Ojo.

En este espacio hemos alabado hasta el empacho el trabajo de Castro, de Alonso, de Zegers, de Larraín, de Anita Tijoux y de muchos otros.

Si algo brilla nunca lo opacaremos, y si algo no tiene luz, nunca le pondremos una linterna.

Esto, «La Jauría» es mucho mejor que una teleserie. Mucho peor que cine mediocre. Es sólo una serie para TV en el horario de adultos.

Hasta la textura lo dice.

Tiene un principio —en esos primeros capítulos— completamente efectista, sin verdad, incluso, sin una dirección segura de actores.

Hasta la música es efectista. Ana Tijoux, Pablo Chill-E, Camila Moreno. Cada capítulo comienza y termina con el mismo bombo y caja insufrible. Un círculo. Un maldito entremés. Mute.

¿Qué diría Andrés Caicedo?

La productora Fábula de los hermanos Pablo y Juan de Dios Larraín es la responsable de este proyecto. Fábula, ya más que ser una productora, es una marca.

Y como toda marca, de varietés, produce tanto salchichas buenas como salchichas malas.

En su catálogo hay obras que no podemos dejar pasar, como «Post Mortem» o «El Club» y otras que apuntan a un público de masas, sin mucha más voluntad que la de cortar el ticket, como «Mi amigo Alexis» y «Joven y alocada».

Un poco antes del lanzamiento de «La Jauría», fue el turno de la película «Nadie sabe que estoy aquí». Otra de Fábula que no podemos dejar pasar dentro de los anales del cine chileno.

Esta última fue producida por Netflix. La primera es distribuida por Amazon Prime. O sea, hay plata. Y si hay plata, la gente puede hacer cosas muy locas.

¡Ay! ¿Qué vamos a hacer Pablito? Nos das y nos quitas.

«La Jauría» está planteada como “la gran serie”, con “el gran elenco”, “sumamente violenta”.

Puro sensacionalismo y publicidad.

Hoy, siguieron derechito, cual caballo de carrera, y se colgaron del nuevo movimiento feminista en Chile. Tiraron todo a la parrilla, con aquel “gran elenco”. Aunque sean bolos. Pero les quedó seca la carne.

Cantidad no es calidad y muchos, a veces, no hacen ni uno.

Ah, y cuando digo “nuevo”, me refiero a Martha Lear, el 68 —ni hablar de Julia Kristeva—, donde hubo y hay, hasta la fecha, un largo lapsus sin hablar del tema y una gran deuda.

Ministerio de la Sororidad.

¿Es una serie de ficción sobre este tema, sobre gente que se junta en Plaza Italia lo que necesitamos o quizás sería mejor invertir en hacer un buen documental sobre la crudeza de éste?

Entiendo, mejor que varios, que a través de la ficción brotan verdades e introspecciones insospechadas, pero de qué sirve la serie si no hay un cuestionamiento, una reflexión que vaya más allá de lo que hasta un boludo sabe.

Pero aquí hay un buen punto. Que quizás no estoy viendo.

La serie, principalmente, se ambienta dentro de un colegio católico de clase alta. Y el barrio alto y su retrato, por añadidura.

No es que haya mucho riesgo. Pero quizás la crítica va orientada hacia ellos. Que son los que pueden tener acceso a Amazon Prime, por ejemplo. Y que serían los boludos en cuestión.

Sobre la Iglesia, el cura malo y esas sandeces, es demasiado evidente que se hace evidente la crítica. No faltaba más. Torturando el cliché. 

Muy gráfico, ¿no? Una pregunta clave es ¿les hará cosquilla esta serie a este sector? Otra: ¿le hace cosquillas a Gnecco seguir actuando de viejo cuico?

De Lucía Puenzo, a cargo de la dirección general, tengo el mejor recuerdo cuando vi «XXY».

La dirección está partida en cuatro, como se hace para dibujar un rostro. Yo creo que estos cabros, definitivamente, vieron y les gustó mucho «Élite». Se nota con los ojos y los oídos tapados.

Y agreguémosle un pichintún «Dexter», también. Alfredo Castro es una figurita de esas que te venden en miniatura, pero de Dexter Morgan.

Hasta una de las inspectoras se apellida Murillo. ¿Les suena?

Bueno, “a parir la chancha”. Todo arte deriva de otro arte que deriva de otro arte y así.

La función del arte es, por diccionario, reflejar la realidad. De ahí a que eso produzca un algo en uno, conmueva, es cosa de cada quien. Yo me aferro a lo que me hace vibrar. 

Dexter me hace un nudo en la garganta. Siente, piensa. Lo piensa. No siente, no piensa. En esta chilenada se puede morir un hijo; la madre y el padre se desangran en hipo, pero uno no siente nada. Y, para colmo, cuando muere, te ponen de fondo a Camila Moreno.

De a poco «La Jauría» va convenciendo un poco y un poco más. Quizás mejora de verdad.

O quizás va convenciendo, como va convenciendo hasta «Van Helsing» de tanto verla. Quizás ya era muy tarde y me estaba bajando el sueño. Y entonces, hasta los niñitos que actúan de zorrones y Daniela Vega comenzaban a actuar bien.

No, nunca tanto.

¡No, no! Me arrepiento. Justo al final, en los últimos dos capítulos, se pone buena la cuestión.

¡Puta que costó!

Espero sin ansias la segunda temporada.

¿Una serie de cabros chicos misóginos y mujeres furiosas?
¿Entro?


Zona de coartada:

Esta semana revisité varias películas alemanas que me encantaban. Dos me dejaron de gustar. «Cuatro minutos» y «La vida de los otros». Las encontré teleséricas. Añejas. Con poca perdurabilidad, vigencia, en un escenario actual. Pero al final me terminan convenciendo, igual. Otra que no me podrá dejar de gustar. «Los Edukadores», y una que me tiene ahí... «Brigadas rojas».