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Poesía. «Esto, querida, esto va a ser para siempre»

  • Por Matías Andújar

Este es el juego que juegan los amantes. 

La experiencia lingüística se ha convertido en un centro de investigación y en un centro de creación.

Digamos lo que dijo Heidegger, “el lenguaje es la totalidad del ser”, pero sepamos que nos tocamos y que tenemos piel, que nos hacen daño y se nos parte el corazón, que hablamos y no decimos lo que queremos decir, que sólo podemos expresarnos mal, que el lenguaje es el canal, pero fracasa.

Digamos que somos una raza fracasada, que nadie sabe lo que hace y que lo hace igual, sin saber porqué. Decir que tanta filosofía del lenguaje no ha ayudado en mucho. Que hay detalles que podrían cambiar el orden de las cosas, pero que nadie los ve.

Que se cree en cosas que no se sabe si existen y en lo que sí existe, no se cree.

Decir que el silencio explica mucho. Que de un buen diálogo podemos no parar de crecer. Que a través de una creación mentirosa —la creación literaria— nos podemos modificar.

De eso se trata todo. De poesía.

No es mi intención poetizar al poeta. Me interesaría más inyectarle proyectos de emoción a lo racional, conceder valor a la ruptura de las leyes gramaticales, ver cómo se ve lo socialmente bello en lo socialmente feo y viceversa, ver la importancia de la lingüística en las comunicaciones y el entendimiento, que es lo más próximo y concreto que tenemos al momento de convivir; y convivir es a lo único que estamos destinados (aparte de lo fisiológico: respirar, sentir, envejecer, etc.).

Los principios gramaticales generales son idénticos a los de la misma razón humana en sus operaciones intelectuales.

Se han adecuado las leyes gramaticales a como funciona el ordenamiento y la estructuralización de ideas del hombre en su pensamiento.

O sea, que la ciencia del lenguaje no se diferencia en nada a la ciencia del pensamiento. Y entonces, el estudio del lenguaje contribuye al conocimiento de la raza humana.

“La estructura de cualquier oración es una lección de lógica” dice John Stuart Mill, y por lo tanto el poeta, al comprender y romper conscientemente con estas reglas, está haciendo un doble ejercicio. Está creando un nuevo sistema, un sistema propio que —favorable para él— le ayude a describir su mundo, su mundo desarticulado, su mundo-vía-de-escape a esta realidad llena de reglas.

Un sistema que incluso puede inicializarse desde la pobreza de datos (cosa no admitida por el sistema gramatical), rompiendo así con una conducta lingüística correcta.

Oliverio Girondo escribe en su poema «Mi lumía»:

Mi lu
mi lulubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea
y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
con sus melimeleos
sus eropsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y
gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía

Dislocar el lenguaje. El lenguaje único.

Cierto es que lenguaje hay uno solo, pero música es una sola cosa y cada instrumento es una cosa distinta.

¿Podríamos decir que un cello y una batería hacen la misma música a fin de cuentas?

Cello quiere decir una cosa y batería una cosa completamente distinta. No podemos pensar en música como una sola, si consideramos que golpear una piedra rítmica o arrítmicamente con otra es hacer música y que Chet Baker hace música también.

Girondo está planteando problemas de principio. De enriquecer el lenguaje, de emprender un camino hacia lo no existente. De viajar hacia donde no se ha llegado, hacia áreas vírgenes, terrenos personales, de búsqueda interior, de lenguajes propios, de necesidades, insisto.

Podemos entonces diferenciar entre dos tipos de lenguajes, el racional, empírico, práctico, técnico y el simbólico, mítico, mágico.

El primero se basa en la lógica y trata de objetivar aquello de lo que se habla y el segundo ocupa la connotación, la analogía y la metáfora. De vuelta al primero, debemos decir, que es el estado común, el que nos esforzamos por percibir, por razonar y el que cubre gran parte de nuestra vida, mientras que el segundo, es el estado poético.

El fin de la poesía es llevarnos al estado segundo, o más bien, hacer que el estado segundo se vuelva el estado primero. Transportarnos al estado poético. La poesía se pierde en el cerebro, en la mente, en el cuerpo, se pierde en las profundidades donde surgió el lenguaje.

La lengua es un mecanismo establecido por convenciones y regido por reglas. La gramática es una invención, tan burda como el reloj.

El lenguaje y el tiempo existen, pero no podemos hacer de ellos algo métrico.

La gramática es una máquina capaz de formular advertencias y decidir qué oraciones pueden formularse y cuáles no, o cuáles hacen o no sentido. La metáfora sería una falla de la máquina, pero han intervenido la máquina para que no sobresalte, porque han considerado que esta anomalía tiene una belleza estética que quieren admitir.

Se habla de una anomalía ya que toda definición de metáfora resulta circular.

Para explicar un olor o para hablar retóricamente sobre una pieza musical, tenemos a la poesía para que nos asesore, no hay otra manera. Hablar de música es como bailar arquitectura. 

Quien se expresa con metáforas está mintiendo, es sabido.

Al parecer sólo se puede hablar metafóricamente de la metáfora… Siempre es una mentira que explica mucho más que la verdad. Nos interesa la metáfora como un instrumento que añade y no que sustituye. 

Hablar de la metáfora es hablar de la actividad retórica en toda su complejidad, y hacer poesía se hace una actividad retórica, lo retórico es racional y lo racional es el campo de la filosofía.

Es interesante lo metafórico —un poco más allá de lo poético— en cuanto a los niveles de conversación; si bien nos sentásemos sobre términos rígidos, podríamos traer la metáfora al real —volver al nivel de conversación común—, pisotear la poesía —lo que es muy poético— y dejar al “metafórico” como menso, rechazando la metáfora:

                           Él: El tiempo vuela.
                           Ella: No. El tiempo sólo puede avanzar.

O bien, podemos también, seguir subiendo niveles en la conversación y hacer a los lenguajes dialogar.
Si recordamos que el lenguaje trabaja con ideas, entenderemos las metáforas. El hombre es también, a veces, un animal simbólico. Antonin Artaud escribió para su poemario «La búsqueda de la fecalidad»:

Me cago en la cruz.

Desprecio cualquier cruz.

Soy puro.
Soy puro.
Soy puro.
Soy puro.
Soy puro.

Desprecio cualquier signo.

Sólo creo máquinas urgentes de utilidad.

Nunca más haré caca.

Toda literatura es una construcción del lenguaje.

Hablar del lenguaje es hablar del hombre y hablar del hombre es hablar de poesía.

El surrealismo propuso que la poesía encontrara su fuente en la vida, y Bretón célebremente postuló a “cambiar la vida” en vez de “cambiar el mundo”. La lingüística ha generado cambios de actitud. Ha generado la renovación radical de la imagen del hombre y su relación con el lenguaje, con el logos (λóγος).

Entonces, la elección del poeta es el resultado de una búsqueda voluntaria. Una instancia para crear cosas al margen del mundo, mundo triste. La poesía se trata de detener el tiempo y destruir el mundo. Un lugar en donde nadie está —ni puede estar— muy de acuerdo con el significado de los conceptos.

La poesía: íntima aliada de la locura.
La poesía: el momento para contradecir la realidad.

La poesía permite experimentar dentro del acto lingüístico. Recordemos a Girondo. Los poemas cuyo tema es el lenguaje nos acercan más al corazón del problema.

¿Existe en el mundo algo además de poesía? Poesía en la micro. Poesía a la entrada del trabajo. Poesía en el vagabundo. Poesía en el señor del Mercedes Benz. Poesía en la comida familiar. Poesía en la ducha. Poesía en la mayonesa. Poesía en el engaño. Poesía en la luz. Poesía en las alturas y bajo suelo. Poesía en tus manos y en las mías.

Después de su muerte, y con el cuerpo descuartizado, el poeta sigue cantando.