Misión Imposible: La Sentencia Final, la despedida valiente de una saga que marcó el cine de acción
- Por Esteban Beaumont
Debo confesar que estaba ensimismado. Hace mucho tiempo que una película franquiciada no me causaba tanta expectación. La saga de Misión Imposible se ha convertido en uno de los grandes eventos cinematográficos del siglo. Las primeras entregas representaban la visión individualista de cada autor: la brillantez de Brian De Palma, la romántica idea del absurdo de John Woo, la inmensidad de J. J. Abrams y el sentido del espectáculo de Brad Bird. Fue con la llegada de Christopher McQuarrie que la saga cambió y comenzó a conectar las historias. Una guía narrativa y autoral que decanta en Misión Imposible: La Sentencia Final, la última entrega de la saga que ya llegó a los cines.
Continuación directa de Misión Imposible: Sentencia Mortal (2023), Tom Cruise vuelve a ponerse la máscara (tal vez de látex) de Ethan Hunt para la misión más imposible y más trascendental hasta la fecha: la lucha contra una inteligencia artificial autovalente y dispuesta a controlar el mundo. Ethan deberá reunir a su equipo por última vez para ganar una carrera contra el tiempo, y contra los países que quieren hacerse con esta IA, y así salvar al mundo de un desastre nuclear.
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Regresa el equipo, los que ya son de la casa y que componen la columna vertebral de la saga: Benji (Simon Pegg) y Luther (Ving Rhames), los personajes que se sumaron en la entrega pasada como Grace (Hayley Atwell) y París (Pom Klementieff). Se suman al elenco Hannah Waddingham, Tramell Tillman y Nick Offerman.
Lo primero que daba vueltas en mi cabeza al salir de la sala era una idea de letargo. Ya nos habíamos acostumbrado al molde argumental de Misión Imposible, y esta entrega deformaba esa estructura rígidamente apacible. Sentencia Final es una película sumamente dramática; la apuesta emocional radica en personajes conversando. No tenemos secuencias de acción trepidante una tras otra como lo eran las otras películas de la saga. A ver, las secuencias de acción están más mesuradas, tal vez apostando a una aventura más cercana a Indiana Jones. Aunque hay unas apuestas fuertísimas en la forma de mostrar un par de secuencias de acción que no termino de comprender qué me hicieron sentir. Lo que sí es cierto es que las mejores escenas de la película ocurren cuando los personajes hablan, cuando interactúan entre ellos. Y eso es un puntazo.
“Ethan Hunt es la manifestación viva del destino”, decía el personaje de Alec Baldwin en Nación Secreta. Definición absoluta del corazón de esta saga. La figura del personaje de Tom Cruise se fue constituyendo como aquella imagen casi divina de aquel intento de controlar el destino. No es solo una manifestación del destino, es la esperanza y la fe. Ethan Hunt es un arquitecto: durante ocho películas ha construido planes detallados, precisos e imposibles, pero en cada uno de ellos aparece el mismo ingrediente, y ese es la fe. No se entiende la misión imposible sin un toque de suerte.
Esta entrega basa su discurso en temas contingentes: tiene un mensaje antibélico, pone las alarmas en los peligros de las redes sociales y la tecnología, pero por sobre todo, es un mensaje humanista. Las mejores sagas de la historia cinematográfica basan su historia en el humanismo, en el rescate de lo que nos hace intrínsecamente humanos. Los rebeldes luchaban por su libertad en Star Wars, los reinos se unieron en El Señor de los Anillos, el coronel Taylor lucha por recuperar la humanidad en El Planeta de los Simios, Ethan Hunt prefiere una vida por sobre miles en Misión Imposible.
Es esa humanidad, ese ideal que busca salvar las vidas de aquellos que “nunca vamos a conocer”, la que hace que Misión Imposible sea una saga especial. Porque sí, es una película principalmente de acción, de disparos, persecuciones y máscaras falsas. Pero también es un blockbuster que, en primer lugar, entendió la forma de hacer cine masivo en la actualidad y, en segundo lugar, es una película masiva de autor, con alma, mensaje y corazón.
Sentencia Final no es una película perfecta. Tiene ese sabor amargo a constante homenaje a la saga que resulta cansino: una especie de altar al pasado que se ve reflejado en salpicones de imágenes de películas pasadas abarrotando la pantalla (la mítica escena del ingreso a la bóveda de la primera aparece como tres veces) y en forma de personajes antiguos que regresan o personajes nuevos que tienen vínculos con los antiguos. En una saga que tuvo tantos villanos formidables, que construyó al trascendental Sindicato liderado por el espectacular Lane (Sean Harris), que tuvo a un excelso Jim Phelps, que se dio el gusto de tener a uno de los mejores actores de la historia como Philip Seymour Hoffman, cae estrepitosamente con el villano de esta entrega. El personaje de Esai Morales es plano, aburrido y con poca carisma.
Misión Imposible: Sentencia Final no es, ni de cerca, la mejor de la saga. De hecho, tiene muchos errores. Pero es un final valiente, impulsivo y con mensaje. Una película que se siente como tal y que apesta a historia. La constitución del cine gira en torno a la fragilidad y, al mismo tiempo, a la inquebrantable voluntad humana. La certeza de que, pese a todo, somos nosotros los dueños del destino y que nada está escrito. La promesa de morir por nuestros seres queridos y, más importante aún, por aquellos que no conocemos.
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