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Napoleón: La colosal película de Ridley Scott

Ridley Scott tiene créditos suficientes para poder tomar la cámara y grabar lo que quiera. Director de Blade Runner, Alien y Gladiator el inglés se ha posicionado como uno de los grandes nombres de la industria cinematográfica. Bien entrado a este siglo, el bueno de Scott ha tenido más tropiezos que victorias. Las precuelas de Aliens, Prometheus y Covenant, dividieron a los fanáticos (nos paramos del lado de los satisfechos), Exodus no le gustó a nadie, lo mismo con House of Gucci. The Last Duel nadie la vio (una maravilla).

Pero es Ridley Scott y su trabajo previo le ha permitido, como decíamos, grabar lo que quiera. Lo que no le ha permitido es estrenar lo que quiera. Scott logró más de cuatro horas de metraje en Napoleón, su película más reciente. Un biopic de la controversial figura francesa que tiene a Joaquin Phoenix como Bonaparte. De esas más de cuatro horas, obligaron a recortar casi la mitad, quedando en dos horas y 40 minutos. Horas que se notan en ritmo y consistencia.

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Primero, la película es colosal. Scott no tiene problemas en lanzar todo a la parrilla y hacer una megaproducción como eran las de antes. Millones de extras, un despliegue gigantesco y un uso de efectos especiales muy sobrios. Por lo mismo la película funciona mejor en las partes donde se nos cuentan las guerras napoleónicas. Desde la Revolución Francesa hasta la batalla de Waterloo, la película nos va entregando despliegues de grotescas y enormes batallas.

Scott se ensucia de barro, sangre y vísceras para mostrar la crudeza de la guerra. Es la ventaja de un director que no tiene un sello de autor tan marcado. Alien y Robin Hood son bastantes distintas, y el director entiende que tiene que encontrar el tono adecuado para su película.

Por otro lado, mientras avanzamos en las guerras napoleónicas, se nos cuenta la malsana historia de amor de Bonaparte y Josefina de Beauharnais, interpretada por Vanessa Kirby. Y es acá donde la película me genera conflictos. Por un lado hay un esfuerzo en mostrar al estratégico e inteligente Napoleón de la guerra y contrarrestarlo con el torpe Napoleón de la vida privada. Todo esto teñido con un humor, por momentos negro, por otros momentos más cercanos al chiste de tu tío en la cena familiar.

Y pese a las excelentes actuaciones de Joaquin y Vanessa, apoderándose de los personajes, no me logra cerrar si Scott nos quería entregar una historia de un amor que buscaba triunfar ante todo (infidelidades, infertilidad y divorcio entre medio) o simplemente hacer un retrato de la torpeza gobernante de Francia. Si es el segundo, lo logra. Si es el primero, falla ostentosamente.

Y es que en ningún momento se logra generar un vínculo emocional con Bonaparte y sus compinches. Y al no existir ese lazo emocional, la película termina por convertirse en un conjunto de viñetas históricas de la vida del gobernante. Excelentes viñetas por lo demás, pero desconexas una de otra.

Probablemente la versión completa, que estrenará Apple TV, nos mostrará más sobre la vida privada y motivaciones de Napoleón. Pero mientras, recomiendo ir al cine a verla. No solo por la idea romántica de salvaguardar la experiencia de la pantalla grande, si no porque, como decíamos, es una historia colosal.

En octubre, las redes sociales explotaron porque la serie de Disney+ Pacto de Graduación, ocupó inteligencia artificial para llenar los espacios al fondo de una escena. Uno de los puntos claves en la huelga de actores fue el uso de la IA y es desplazamiento que podría significar, principalmente, para los extra. Ahorrarse un par de dólares para rellenar computacionalmente una gradería de un gimnasio es un ejemplo triste de los confusos momentos que vive la industria.

En medio, aparece un Ridley Scott, ayudado por una compañía que no le importa perder dinero, para entregar una película gigantesca, de las que no se hacen actualmente. Una megaproducción que sirve de recordatorio que en tiempos pequeños, hay que hacer cosas grandes.