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Bolaño es el puto amo. (Carta de amor)

  • Por Matías Andújar

Primero, debo confesar que te he engañado.

Pero en Chile, solo en Chile, Roberto. Tú sabes cuáles son mis queridos y hasta releídos de afuera. Pero el combate hay que darlo acá. Hay que cambiar la forma de leer aquí. Por eso cuando me fui, quise volver.

Acá está la cagá. Entre helicópteros y sirenas, me metí con José Donoso y la Diamela. Lo siento. Parece que una vez me dijiste que te gustaba Donoso, pero que te traía reminiscencias del famoso “Boom”, y que te cargaba que te dijeran que eras el mejor escritor después del Boom Latinoamericano. «El obsceno pájaro de la noche» es una joya.

Pero te quiero, caro amigo. No fue fácil. Extrañaba apoyarte en mi guata y verte correr por mi ombligo. Aunque cueste correr las páginas y a veces se rompan. Sabes que me encanta romper libros. El otro día quemé uno de Zambra. Dejé la humareda en el departamento.

Te volví a leer, te retomé, después que Patti Smith dijo que te amaba. Sí, “I love him” fueron sus palabras. ¿La cachas?

Tantas páginas, Roberto, ya no puede ser que la noche despierte amanecida. Sabés cuáles son mis cortas preferidas tuyas. «Estrella distante» y «Nocturno de Chile». Las podría leer todas las noches. Hasta saberlas de memoria, como ese señor en Valparaíso que puede relatar El Quijote de memoria, o como Zurita, que intenta hacer lo mismo con «La divina comedia».

Y te ganaste el Premio Herralde y el Rómulo Gallegos y ya no tienes tiempo, ya ni jugamos nuestra partida de ajedrez semanal. Donde te dejabas perder.

Fue un excelente y preciso reconocimiento ese premio. Llegó en un momento justo, aunque ya podías vivir de la literatura. Muchos los sabemos: «Los detectives salvajes» será un clásico de la literatura universal en varios años más. Démosle tiempo a la literatura y sus secuaces. Como un Tolstoi. Y cuando comience la era d.R. (después del Ragnarök), como Homero escribió «La Odisea» el s. VIII a.C., la gente te leerá a ti.

A todo lo que ocurre en esa novela —mi preferida de las largas— yo le llamo “la operación salvaje”. ¿De dónde coño sacaste todo eso? Fue como cuando vas al cine y sales convertido en otra persona. También pasa con los libros, lo sabes mejor que nadie. Pero falta que muchos lo sepan.

Y por eso te escribo esta carta —hace tanto tiempo que no te escribía—, porque el diario El País, hizo un ranking con los mejores 100 libros de los últimos 25 años. Y estás en el puesto número uno con «2666». ¿Lo hubieses imaginado? Un año después de muerto, la publican, y te llevas todo. Los más bravos la agarran y la llevan a todos lados. Como los locos sentados escuchan su radio. No es una cosa holgada andar con 1200 páginas para todos lados. Pero da igual. Es tan tuya. Es tan tuyo ese trabajo. Y sabías que iba a ser el último. Ya estabas sentenciado a muerte.

Hoy, los números se cansaron de contar seres humanos. Los números retroceden a cada página que se da vuelta. Las páginas se los roban.

Y el mundo avanza años y también los retrocede. Volvamos a cuando solo escribías poesía y queríamos cambiar el mundo. Cuando te aburriste de ser comunista gracias a esa unanimidad sacerdotal que tienen, entonces te hiciste trotskista, para no ser como ellos, pero los trotskistas se terminaban cuadrando igual, así que pasaste al anarquismo y ahí nos conocimos. Éramos pocos y discrepábamos y peleábamos todo el tiempo entre nosotros. Pero también le empezaron a correr mano. Quizás solo seamos neochilenos.

O volvamos a Chile antes del 73. Cuando Chile dejó de existir, como afirma Uribe. Y probablemente tenga razón.

Te preguntan a cada rato que por qué escribes, pero la pregunta era por qué no escribes. No escribes por una reputación, no escribes por competencia, por ser ese “pequeño dios” como dijo un picao' a buen poeta que ellos eran, ni para codearte con nadie, mucho menos por dinero o por una justificación. En este mundo donde toda justificación es falsa.

¿Te acuerdas cuando trabajaste de guardabosques para poder escribir? Eres tan ridículo. Es la dialéctica perfecta de la libertad. Amo a la gente por sus ideas, por sus acciones. ¿O cuando comenzabas tus días a las 5 AM para empezar a darle? Eso nunca lo entendí. Pero ahora lo entiendo. Simplemente no podías dejar de pensar y acompañar a tus personajes. Entenderlos. Conocerlos. Dabas todo por ellos.

Porque, como decías, “mientras uno escribe, al mismo tiempo lee” y esas dos cosas son las que mejor hacías. Y criar a tu hijo, Lautaro.

Me acuerdo esa vez que le dijiste: “mátame, hijo, acá está mi cuello”, porque entiendes que todos los hijos quieren matar a su padre. Tú también querías matar al tuyo. Pero sabes que el cariño de un padre a su hijo es lo primero. Está primero que tu escritura. Los hijos no tienen culpa de nada, ellos no pidieron nacer. El padre es el culpable de todo lo que le pase.

Como el chiste de la madre judía: el hijo, en una noche de locura, le corta la cabeza, luego huye y tropieza, entonces, al caerse, aún con la cabeza de la madre en la mano, la cabeza le dice: “¿te has hecho daño, hijo?

Mi padre, de lo poco que me ha enseñado, me enseñó lo más importante. Black Sabbath y Silvio Rodríguez. Y aunque ahora me jodan mucho, en su tiempo me llevaron a muchas partes, y todas esas partes, que me han llevado a mil partes, ahora me configuran como soy. Un inmaduro de mierda. Porque no nacemos inmaduros. Nos hacemos en el camino.

Y desde que te leí a ti, en ese idioma común, con tu ironía, que fue lo primero que me llamó la atención, ni hablar de tu intertextualidad, de tu fenómeno estético, de tu compleja simpleza, de tus sentimientos directos, mano a mano, o definitivamente antisentimentales, tu riesgo, el eximir la poesía como “pensamiento poético”, pero sí que se manifieste en las acciones de tus personajes —porque la poesía está en la calle—, fue que me dejaste sentado, con el libro cerrado en mis piernas cruzadas y con la mirada perdida por mucho rato. Desconcertado, completamente perdido, preguntándome “¿qué es la literatura?”.

La literatura eres tú. Y unos pocos más.

Yo no sé nada de esas cosas que los poetas temen y lamentan. No penetro la soledad, no se me abre la alegría. Sólo me lleno del constante y equilibrado vacío. Te envidio.

Nunca te pregunté si te gustaban los haikus. ¿Qué te parecen?

Vuelve a Chile. Comamos esas empanadas que tanto te gustan.